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LA GUERRA FRÍA.
Breves apuntes para un debate.
Ricardo Ribera
El problema de la guerra fría se mantuvo en el debate durante la segunda mitad del siglo
XX. Ha dejado de ser un tema porque el consenso generalizado es que ya terminó. Hay
unanimidad en esa opinión. Sin embargo, la cuestión de la guerra fría se presta para
muchos interrogantes para los que no hay respuesta o que incluso ni siquiera han sido
formulados. Ahora que ha ido perdiendo interés para los políticos y periodistas, es
momento propicio para que el historiador retome esta temática. Justamente porque ya no
vivimos en tiempos de guerra fría, porque ya salimos de ella y porque desde su conclusión
será posible ahora una mirada de conjunto a esa época, que nos ofrezca una nueva y
mejor comprensión de la misma.
Vamos a abordar la guerra fría desde una triple perspectiva. En primer lugar, desde la
visión tradicional, es decir, la que se sitúa en la perspectiva de aquel período, tratando de
reconstruir los acontecimientos y la forma como éstos fueron vividos y percibidos. Es una
perspectiva del pasado en sentido débil, o sea, cuando éste era un presente. Lo que se
pensaba de la guerra fría mientras ésta transcurría ha de ser para nosotros -situados en el
siglo XXI, es decir, en un futuro respecto aquella época- simplemente otro dato histórico a
tomar en cuenta. Dato que deberá relativizarse en tanto desde nuestro hoy, sabiendo
cómo culminó la guerra fría, es posible advertir aspectos que resultaban opacos, si no
invisibles, cuando su proceso no había aún terminado.
La segunda perspectiva es la del pasado en sentido fuerte, el pasado en tanto que pasado,
analizado desde nuestro presente. Podemos aspirar a captar la “lógica” del fenómeno
histórico y de su respectivo proceso, descubrir en él lo que estaba oculto. También
podemos reexaminar la cronología habitualmente aceptada, tanto en lo que respecta al
inicio o arranque de la guerra fría, como con respecto a su culminación o final. El
desconocimiento de la historia “que se está haciendo” es un rasgo habitual, incluso
esencial, del acontecer histórico. De ahí la necesidad de que el historiador asuma esta
segunda perspectiva, de mayor profundidad que la primera y que constituye su negación
dialéctica.