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Explicación:Tres días antes de que Ana Frank comenzara a escribir su diario en Ámsterdam (12 de junio de 1942), otra autora, residente en el gueto de Stanisławów, Polonia, a 1.200 kilómetros de distancia, confiaba el penúltimo apunte al suyo. Elsa Binder, de 22 años, escribía: «En fin, todos estos garabatos no tienen ni pies ni cabeza. El mundo se enterará de todo, incluso sin mis sabias palabras.»Era una anotación escalofriantemente profética. En las décadas siguientes, en efecto, el mundo se enteró de los horrores del Holocausto, aunque no fuera a través de sus «garabatos», que languidecían sin traducir en algún archivo polaco. Por un capricho del azar, fueron finalmente las «confidencias» de Ana Frank, como ella misma las llamó, las que para millones de lectores encarnaron el sufrimiento de los judíos durante el Holocausto.