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En el último siglo el debate acerca de si es la naturaleza (nature) o el entorno (nurture) el aspecto más importante en la conformación de la estructura y funcionamiento de la mente humana, ha dado un giro importante gracias al aporte de la teoría de la evolución y a los enormes avances en genética. Antes de Darwin, la doctrina imperante sostenía que la mente humana es una tabula rasa, libre de contenido, la cual va siendo moldeada a través de la experiencia y las impresiones del entorno. Según Tomás de Aquino, no hay nada en el intelecto que no haya pasado previamente por los sentidos. Esta perspectiva fue reforzada por las teorías de los empiristas británicos, y desde entonces se convirtió en ortodoxia para muchos teóricos de las ciencias sociales. Sin embargo, el descubrimiento de la teoría de la evolución en el siglo XIX, y su síntesis posterior con la genética mendeliana en el siglo XX, han permitido un replanteamiento radical acerca de la visión de la mente como una tabula rasa: al parecer la mente humana viene predeterminada en muchos aspectos de su estructura y funcionamiento por aspectos genético-evolutivos. Los genes producen mentes con habilidades cognitivas específicas para responder de manera determinada a ciertos estímulos y situaciones del entorno. Y el funcionamiento actual de estos genes obedece principalmente a la historia evolutiva de la especie. Dadas estas circunstancias, cualquier teoría seria con respecto al debate debe tener en cuenta la importancia de las dos visiones, evitando cualquier radicalismo ingenuo.
Precisamente, un intento de conciliación para el debate es el que expone Matt Ridley en su más reciente libro Qué nos hace humanos. Es cierto que el ánimo divulgativo de algunos autores es víctima de desprestigio, sobre todo en algunos ambientes académicos, por su aparente falta de rigurosidad. Sin embargo, esta crítica es hasta cierto punto injusta, pues para ser un divulgador serio se necesita de un auténtico rigor argumentativo, de una onerosa bibliografía multidisciplinar, y de una escritura amena y sencilla. Ridley es ya un veterano divulgando ciencia. Entre sus libros más conocidos están los exitosos: Los orígenes de la virtud y Genoma, que muestran su don para este tipo de literatura. Es precisamente esta larga experiencia de investigación y escritura la que le permite en esta ocasión abordar con acierto la polémica pregunta acerca de si es la naturaleza o el ambiente la que determina nuestro comportamiento. No es un secreto que Ridley viene de la tradición anglosajona, que atribuye un papel privilegiado a las ciencias biológicas en la explicación de los múltiples aspectos humanos. Pero esto no impide que el autor examine y resalte la importancia de la cultura en tales explicaciones, situándose en un punto medio entre los deterministas biológicos y los deterministas ambientales. En sus propias palabras: “Mi argumento es que ahora es posible plantear una nueva solución al debate entre la herencia y el medio ambiente, porque sabemos más sobre los genes. Sabemos, por ejemplo, que las percepciones del cerebro hacen que se ‘enciendan’ o se ‘apaguen’ los genes. En otras palabras, la experiencia afecta los genes. Así, los genes están, en cierto sentido, a merced del ambiente”.
Ridley aporta evidencia que apoya la idea de que los genes son creados para ser receptivos y vulnerables en extremo a la experiencia, es decir, que se caracterizan por su plasticidad ante los estímulos del entorno. En concreto, con respecto a la formación del cerebro, Ridley afirma que, si bien las conexiones cerebrales viene predeterminadas genéticamente, éstas se perfeccionan y reacomodan de manera permanente gracias a la experiencia recibida del entorno durante el desarrollo del individuo (168-72). Esta afirmación, y las pruebas para apoyarla, terminan siendo una obviedad en teoría evolutiva: es una buena estrategia de supervivencia tener unos genes que conformen una mente lo más plástica posible, dado un entorno variable y poco predecible. Así, los genes no son simplemente la receta de instrucciones mediante la cual se edifican cuerpos y cerebros. Permanecen activos o desactivan sus conexiones según los requerimientos del ambiente/experiencia.