Actividad 3. Lee un fragmento de la novela Miau, de Benito Pérez Galdós.
A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió
atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entre los
muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que
entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y
echarse a la calle piando y saltando. La furia insana con que se lanzan a los más arriesgados
ejercicios de volatinería, los estropicios que suelen causar a algún pacífico transeúnte, el delirio
de la autonomía individual que a veces acaba en porrazos, lágrimas y cardenales, parecen
bosquejo de los triunfos revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los
hombres... Salieron, como digo, en tropel; el último quería ser el primero, y los pequeños
chillaban más que los grandes. Entre ellos había uno de menguada estatura, que se apartó de la
bandada para emprender solo y calladito el camino de su casa. Y apenas notado por sus
compañeros aquel apartamiento que más bien parecía huida, fueron tras él y le acosaron con
burlas y cuchufletas, no del mejor gusto. Uno le cogía del brazo, otro le refregaba la cara con
sus manos inocentes, que eran un dechado completo de cuantas porquerías hay en el mundo;
pero él logró desasirse y... pies, para qué os quiero. Entonces dos o tres de los más
desvergonzados le tiraron piedras, gritando Miau; y toda la partida repitió con infernal zipizape:
Miau, Miau.
El pobre chico de este modo burlado se llamaba Luisito Cadalso, y era bastante mezquino de
talla, corto de alientos, descolorido, como de ocho años, quizá de diez, tan tímido que
esquivaba la amistad de sus compañeros, temeroso de las bromas de algunos, y sintiéndose sin
bríos para devolverlas. […]. Al doblar la esquina de las Comendadoras de Santiago para ir a su
casa, que estaba en la calle de Quiñones, frente a la Cárcel de Mujeres, uniósele uno de sus
condiscípulos, muy cargado de libros, la pizarra a la espalda, el pantalón hecho una pura
rodillera, el calzado con tragaluces, boina azul en la pelona, y el hocico muy parecido al de un
ratón. Llamaban al tal Silvestre Murillo, y era el chico más aplicado de la escuela y el amigo
mejor que Cadalso tenía en ella. Su padre, sacristán de la iglesia de Montserrat, le destinaba a
seguir la carrera de Derecho, porque se le había metido en la cabeza que el mocoso aquel
llegaría a ser personaje, quizás orador célebre, ¿por qué no ministro? La futura celebridad habló
así a su compañero: «Mia tú, Caarso, si a mí me dieran esas chanzas, de la galleta que les
pegaba les ponía la cara verde. Pero tú no tienes coraje. Yo digo que no se deben poner motes a
las presonas. ¿Sabes tú quién tie la culpa? Pues Posturitas, el de la casa de empréstamos. Ayer
fue contando que su mamá había dicho que a tu abuela y a tus tías las llaman las Miaus, porque
tienen la fisonomía de las caras, es a saber, como las de los gatos».
https://bit.ly/2EB6LGB
Responde en tu cuaderno:
1. ¿De qué trata el texto?
2. ¿En qué momento el autor usa la descripción como técnica para referirse a la realidad?
3. Explica el sentido de la frase subrayada en el texto.
4. ¿Cuáles son las ideas principales del texto?
5. ¿Por qué el texto pertenece a la corriente estética del realismo?
Respuestas
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las personas saben que tu no tienes la culpa
las presonas. ¿Sabes tú quién tie la culpa? Pues Posturitas, el de la casa de empréstamos. Ayer
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