Respuestas
Respuesta:
El barroco irrumpió en América casi como otra conquista. A través de la magnificencia y de la exuberancia estética, las clases privilegiadas y la Iglesia trataron de llegar a lo más hondo del espíritu y el pensamiento indígenas. La naturaleza desbordante del continente y el impulso sensible y creador de sus habitantes permitieron reinterpretar y reconstruir el barroco enriqueciéndolo y multiplicándolo con acentos originales que fueron esculpiendo la figura de la identidad cultural de Latinoamérica.
Explicación:
La catedral de la ciudad de México combina elementos barrocos con rasgos neoclásicos.
El barroco irrumpió en América casi como otra conquista. A través de la magnificencia y de la exuberancia estética, las clases privilegiadas y la Iglesia trataron de llegar a lo más hondo del espíritu y el pensamiento indígenas. La naturaleza desbordante del continente y el impulso sensible y creador de sus habitantes permitieron reinterpretar y reconstruir el barroco enriqueciéndolo y multiplicándolo con acentos originales que fueron esculpiendo la figura de la identidad cultural de Latinoamérica.
LATINOAMÉRICA: UN BARROCO PROPIO
El evidente auge social y económico de los principales virreinatos motivó la llegada del barroco a Latinoamérica en los siglos XVII y XVIII. El ambiente reinante en la América colonial constituyó un terreno fecundo no solamente para la expresión barroca definida desde España, sino más aún, para despertar el protagonismo del barroco latinoamericano.
Sobre las ruinas de los imperios prehispánicos se edificaron las ciudades coloniales. Y después de más de un siglo de conquista, fue en el período barroco cuando comenzaron a erigirse las más hermosas y representativas construcciones latinoamericanas. La teatralidad del citado estilo iba a quedar expresada en iglesias, templos y palacios, que se convirtieron en el punto de referencia del nuevo espacio urbano. Construidas por encargo de las élites, las primeras obras arquitectónicas, pictóricas y escultóricas siguieron los rasgos generales del barroco europeo, aunque poco a poco cada región alumbró edificaciones con características particulares. La geografía, las zonas sísmicas y los distintos materiales existentes determinaron la aparición de nuevas técnicas y un peculiar sentido estilístico.
Cabe mencionar que fue en la llamada América Nuclear –zona en la que estaban instalados la mayor parte de los pobladores y culturas indígenas–, donde se asentaron las distintas administraciones virreinales. Por tal motivo, Mesoamérica, la región andina y el Circuncaribe constituyeron los más importantes territorios coloniales y, por ende, los que posibilitaron la máxima expresión del barroco latinoamericano. México, Perú y Guatemala brillaron sobremanera dentro de este escenario; Ecuador, Colombia (Nuevo Reino de Granada), parte de Bolivia, Chile, Argentina, Costa Rica, Cuba y Panamá, por su parte, lograron destacadas interpretaciones. Caso aparte es el de Venezuela, que debido a su reducido número de habitantes, sus escasas minas y su aislamiento respecto a las grandes expediciones españolas, se incorporó tardíamente a la corriente barroca.
Al igual que la geografía y la economía determinaron el desarrollo de los grandes virreinatos, la diversidad étnica imperante en la época fue decisiva para la constitución del barroco latinoamericano. Indígenas, mulatos, criollos y mestizos trabajaban en talleres o gremios artesanales, donde se dividían en las categorías profesionales de oficiales y “aprendices de maestro”. Al mismo tiempo, pensadores, literatos y músicos comenzaban a encontrar su voz y a ver cómo su búsqueda creativa en pos de una identidad propia empezaba a dar sus frutos. Todos ellos contribuyeron a dejar a un lado la fuerte influencia europea para dar paso a un barroco, marcado por la originalidad y la prolijidad natural, que suponía una genuina expresión enriquecida con el pasado indígena y el presente americano y una búsqueda de afirmación constante.
El barroco latinoamericano continuamente habitó espacios transgresores. Los arquitectos y escultores experimentaron con nuevas técnicas, materiales, texturas, contrastes, planos, colorido e imaginería. Las pinturas se llenaron de ángeles de “color quebrado” –testimonio de la diversidad étnica–, vestimentas nuevas y variadas, colores más brillantes, paisajes ideales y ornamentación de pan de oro. La prosa ganó en complejidad y la poesía se llenó de metáforas; la música recibió influencias ricas y diversas, origen de corrientes posteriores. Figuras como Juan Tomás Tuyru Tupac (¿?-1718), sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), Diego Quispe Tito (1611-1681), Melchor Pérez de Holguín (1665-1724), Juan Correa (1646-1716), Cristóbal de Villalpando (ca. 1645-1714), Miguel Cabrera (1695-1768), Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) y Antonio de Salazar (1650-1715) caminaron por un sendero distinto al trazado por Europa y por el que América transitaría hacia su identidad cultural.