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Respuesta:
“¡No somos basura!” más que el título del capítulo del impactante libro de Pilar Lozano, es una expresión que da a entender con creces el maltrato que la violencia en Colombia ha traído consigo para aquellas personas que recién despojadas de sus tierras, llegan a lugares como la fría capital, faltas de recursos y oportunidades, con la ilusión de encontrar tranquilidad y posibilidades de surgir, sin saber que llegan a sectores donde deben someterse a personas que mandan e imponen, repitiendo así la historia de lo que vivieron anteriormente en sus tierras. Mientras tanto, la educación y buena economía es una esperanza en común que todos comparten, así como el miedo y la incertidumbre de si mañana su familia estará completa o alguno aparecerá en un barranco, o en cualquier otro lado envuelto en un fino lienzo de sangre que la violencia, con ahínco, se encarga de firmar. Y es allí donde aparece nuestra mala tendencia a buscar culpables, pero si estos no se encuentran, tampoco se pondrá encontrar solución alguna. Es tan fácil como preguntarse: ¿Quién los despojó de sus propiedades? ¿Quién no les brindó la ayuda en el momento que lo requirieron?, para poder entender por qué estas familias están inhibidas de su tranquilidad.
Son muchas cosas las que se esconden detrás de los ojos de una persona, y no es por tornar este ensayo un poco sentimentalista, sino por ahondar y analizar cada aspecto importante en el tema. Una persona que es desplazada sufre y se preocupa por muchísimas cosas más que yo, ahora que escribo, y que usted, ahora que lee. En cada fase de este proceso son familias o a veces personas solas las que deben sobrellevar dificultades encima de sus hombros y trastear con ellas para otras ciudades grandes y desconocidas. Y no es que les quiten sus casas y campos sin razón, siempre hay una, o si no hay, se la han de inventar, pues detrás de eso se encuentra aquel grupo al margen de la ley que se “encarga” de esa zona. Pero, viéndolo bien, entonces, esta familia queda entre la espada y la pared, porque, en pocas palabras, “al campesino se le exige lealtad y colaboración, y se penaliza la sospecha de favorecer al enemigo. Los campesinos que habitan áreas de circulación guerrillera reciben un trato semejante de la fuerza pública, porque sus mandos sospechan de su colaboración con las guerrillas” (Conflicto Armado Interno, 2012), otro aspecto que no deja tranquilos a estos pobres lugareños. Ahora bien, entrando en el hecho de vivir esto durante la infancia, marca mucho a una persona, y afecta favorablemente la formación de su ser y personalidad, pues bien puede desarrollarse como una persona fuerte o acumular todos estos sentimientos, miedos e inseguridades en un nudo en su garganta. En este caso, Yésica trata de controlar sus impulsos de rabia, y prefiere jugar o pasar tiempo con sus amigas, que contar y lamentar cada muerto que hay diario en su barrio. Ella extraña a su Chocó, pero es algo que le toca enfrentar y le ha hecho madurar para entender que, aunque no tenga la culpa de nada, la violencia llegó a su puerta, y por protocolo, ella no tuvo más remedio que dejarla pasar.
No es resignación ni mucho menos rendirse, es aceptar los golpes de la vida, y disfrutar de lo bueno, aunque a veces parezca poco. Cincuenta años en conflicto han sido suficientes para que ciudades como Bogotá copen sus cerros con paredes de barro y techos de lata, y sus nubes se carguen de esas ilusiones y que todos los días vuelan hasta el cielo, con ayuda de aquel viento característico del lugar. “Es una historia triste. Pero es lo que pasa a los campesinos que llegan: ¡Nadie los quiere!”
Explicación:
me costo mucho dame corona y 5 estrellas lo lei cuando era pequeña