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Según la información difundida por la Fundación Descubre, de esta forma, se elaboran productos biodegradables de utilidad en agricultura ecológica que también pueden tener aplicaciones como bactericidas o antifúngicos en el ámbito sanitario.
Los investigadores han utilizado los compuestos químicos que los girasoles almacenan en el envés de las hojas en unas glándulas llamadas tricomas.
Durante el estudio se observó que en las parcelas donde se desarrollan los cultivos de girasoles apenas hay malas hierbas, una circunstancia que se repite incluso en las variedades más salvajes, que crecen de forma natural.
“La ausencia de plantas inoportunas en una cosecha nos hizo identificar o caracterizar los productos químicos que impiden la aparición de otras especies alrededor del girasol”, ha explicado el investigador responsable de este proyecto, Francisco Antonio Macías, profesor de la Universidad de Cádiz.
Tal y como se refleja en el artículo ‘Isolating of bioactive compounds from sunflower leaves (Helianthus annuus L.) extracted with supercritical carbon dioxide’, publicado en la revista Journal of Agricultural and Food Chemistry, el primer paso para la identificación de esas sustancias es su extracción de la planta. Para ello, los expertos reprodujeron en laboratorio las condiciones de lluvia y humedad de una cosecha de girasoles.
“Imitamos el proceso de extracción natural del campo: el agua, al resbalar a través de las hojas, se impregna de determinadas sustancias y llega al suelo, donde ya sabemos que no crecen otras hierbas. Por lo tanto, si analizamos esa agua, sabremos qué compuestos químicos participan en esa función defensiva o protectora del girasol”, ha indicado Macías.
Los científicos aplicaron una nueva técnica, puesta a punto por el equipo de ingenieros químicos liderados por el profesor Enrique Martínez de la Ossa y basada en el uso de dióxido de carbono (CO2) en estado supercrítico.
“En este estado el CO2 no solubiliza todos los compuestos, solo unos pocos. De ahí que sea más fácil luego aislarlos e identificarlos”, asegura.
Además, continúa el científico, el dióxido de carbono es un disolvente ‘verde’ o sostenible ya que no es tóxico, ni inflamable ni genera residuos. Por eso, el herbicida obtenido tras este proceso se considera un producto totalmente natural.
Para terminar el proyecto, financiado por la Consejería de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía, los investigadores probaron la eficacia del herbicida en varios niveles: en semillas de tomate y en plántulas, es decir, cuando la planta ya ha germinado y aparecen las primeras hojas. “Se trata de bioensayos en los que se mide el efecto de la sustancia en organismos vivos, en este caso, plantas. En ningún caso, éstas llegaron a desarrollarse lo que indica que el herbicida funciona”
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