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Los primeros griegos se organizaban en clanes familiares. Con el tiempo, los clanes se aliaron y formaron comunidades, aunque estaban separadas entre sí debido al relieve montañoso de la región. Esto favoreció que se convirtieran en territorios independientes con gobierno y ejército propios. En griego antiguo esas poblaciones eran llamadas polis. Pese a compartir esencialmente el mismo espacio geográfico, lengua y cultura, la organización política de las polis era muy diversa, incluyendo un amplio abanico de sistemas de gobierno, que abarcaba desde la tiranía hasta la democracia.
Podemos ver estas diferencias al comparar Esparta y Atenas, dos de las más importantes ciudades de la Antigua Grecia. Esparta era gobernada por reyes; a sus habitantes se les educaba para la guerra, por lo que debían ser fuertes y hábiles en el manejo de las armas; a las mujeres se les enseñaba a luchar igual que a los hombres, tenían derechos y libertad para elegir a sus esposos. Por su parte, en Atenas los gobernantes eran elegidos por el voto de los ciudadanos; los hombres no eran educados para la guerra; las mujeres no iban a la escuela, sólo podían salir acompañadas de sus familiares y no tenían derechos políticos. Aunque las ciudades-estado eran independientes y continuamente se enfrentaban, también se unían cuando eran atacadas por enemigos comunes, como el Imperio persa.
Tras las civilizaciones minoica y micénica, en los siglos oscuros (entre el XIII y el XII a. C.) la fragmentación existente en la Hélade constituirá el marco en el que se desarrollarán pequeños núcleos políticos organizados en ciudades, las polis.
A lo largo del período arcaico (siglos VIII al V a. C.) y del clásico (siglo V a. C.), las polis fueron la verdadera unidad política, con sus instituciones, costumbres y leyes, y se constituyeron como el elemento identificador de esa época. En el período arcaico ya se perfiló el protagonismo de dos ciudades, Esparta y Atenas, con modelos de organización política extremos entre el régimen aristocrático y la democracia. La actividad de las polis hacia ultramar fue un elemento importante de su propia existencia y dio lugar a luchas hegemónicas entre ellas y al desarrollo de un proceso de expansión colonial por la cuenca mediterránea. La decadencia de las polis favoreció su absorción por el reino de Macedonia a mediados del siglo IV a. C. y el inicio de un período con unas connotaciones nuevas, el helenístico, por el que la unificación de Grecia daría paso con Alejandro Magno a la construcción de un Imperio, sometiendo al Imperio aqueménida y al egipcio. En opinión de algunos especialistas, en esta fase la historia de Grecia volvía a formar parte de la historia de Oriente y se consumaría la síntesis entre el helenismo y el orientalismo. La civilización griega se desarrolló en el extremo noreste del Mar Mediterráneo, en los territorios que hoy ocupa Grecia, Asia Menor (Turquía), y en varias islas como Creta, Chipre, Rodas, y Sicilia (Italia).
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