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arengaba Simón Bolívar en una carta escrita en su cuartel de Huancayo, el 13 de agosto de 1824, “la campaña que debe completar la libertad ha empezado bajo los auspicios más favorables. El ejército del general Canterac ha recibido en Junín un golpe mortal, habiendo perdido, por consecuencia de este suceso, un tercio de sus fuerzas y toda su moral”.
Dos meses antes, el ejército independentista había remontado los Andes con el objetivo de aislar a las tropas realistas, dispersas entre la sierra central y el Alto Perú debido a la sorpresiva sublevación del general español Olañeta en Jujuy. El español Canterac, sabiéndose en desventaja, emprendió la retirada el 6 de agosto por las inmediaciones del lago Junín. La huida fue advertida por las tropas patriotas, y Bolívar envió novecientos jinetes para detenerla. Sin embargo, Canterac resistió el ataque al mando de los Húsares de Fernando VII y los Dragones del Perú, y envolvió a la caballería libertadora del general Necochea y los Granaderos de Colombia cuando se desplegaban sobre el campo de batalla. Ante la inminencia de la derrota, Bolívar, que observaba todo desde una altitud cercana, ordenó la retirada.
El enemigo persiguió lo que quedaba del ejército patriota y desató un baño de sangre. Grande debió ser su asombro cuando, en medio del desorden de una batalla que creían ganada, y cuando ya entonaban el himno de la victoria, vieron emerger dos escuadrones de Húsares del Perú en perfecta formación, como un gran escudo de bronce que arremetía contra ellos desde su retaguardia.
¿Qué había sucedido? Los realistas no habían notado, en el fragor del combate, que el primer batallón de Húsares del Perú, comandados por el coronel argentino Isidoro Suárez, aún no había entrado en batalla. Y el mayor José Andrés Rázuri, al divisar un flanco expuesto en el ejército realista, había transmitido una falsa orden de Bolívar: ¡a la carga!
El historiador español Mariano Torrente cuenta que los hombres de Suárez “cayeron sobre los diseminados realistas, los acuchillaron horrorosamente, los obligaron a ponerse en pronta retirada y les arrebataron el campo de batalla”. El enfrentamiento duró cuarenta y cinco minutos y se libró a lanza y espada; no se disparó un solo tiro.
Bolívar reconoció la actuación heroica de los Húsares del Perú y cambió su nombre por el de Húsares de Junín, que conservan hasta hoy. Esta victoria del llamado Ejército Unido fue crucial para el devenir de la confrontación, pues introdujo el desaliento entre las huestes de Canterac, que serían derrotadas definitivamente en la Batalla de Ayacucho, cuatro meses después.
Cuentan que, después del enfrentamiento, el general José de La Mar llamó al mayor Rázuri para reprenderlo por su indisciplina. Pero al final reconoció: “Debería usted ser fusilado, pero a usted se le debe la victoria”.
El coronel Isidoro Suárez fue bisabuelo de Jorge Luis Borges, quien le dedicó un poema titulado “Inscripción sepulcral” (“Fervor de Buenos Aires”, 1923): “Dilató su valor sobre los Andes./ Contrastó montañas y ejércitos./ La audacia fue costumbre de su espada/ Impuso en la llanura de Junín/ término venturoso a la batalla/ y a las lanzas del Perú dio sangre española”.
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