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Si preguntamos quién es el padre de la filosofía moderna y quién marca el final del pensamiento antiguo y medieval, el noventa y nueve por ciento de los consultados responderá: Rene Descartes. Descartes fue uno de los grandes talentos de la humanidad en disciplinas tan distintas como la matemática, la ciencia y la filosofía. Probablemente, su aportación no ha sido concluyente, pero podemos decir que se dedicó a abrir caminos antes que a recorrerlos por completo. Su primera vocación fueron la matemática y la geometría. Dos temas que dan la tranquilidad de estar pisando terreno seguro, porque cuando se dice que algo es matemáticamente exacto y cierto, tenemos pruebas que lo demuestran. Por lo tanto, eliminamos las dudas respecto a lo que sabemos y cuanto no sabemos. Cuando estamos alcanzando una conclusión podemos estar seguros de que llegamos a ella de manera adecuada. Lo mismo ocurre con un teorema geométrico. Descartes se preguntó si esto mismo era aplicable a todos los campos. Sabemos que existe la verdad, que habrá cosas, situaciones y opiniones que corresponden mejor a la realidad que otras. Pero ¿cómo tener la certeza de que lo que nosotros creemos que es verdad lo es auténticamente? Creemos que alguna cosa es verdad, pero ¿cómo tener la certeza de que lo es? ¿Cómo sabemos que no nos engañamos? El problema no es que exista la verdad, sino que nosotros podamos reconocerla, que en nuestro pensamiento lleguemos a tener una visión, opiniones y doctrinas que respondan y que nos tranquilicen dándonos la verdad de una manera indiscutible. Esto fue lo que buscó Descartes a lo largo de su vida, y lo hizo recorriendo Europa, desde sus reflexiones como un pensador privado, no como profesor, ya que nunca tuvo cátedra. Fue una persona que anduvo por la vida con discreción, se supone que por miedo a despertar la peligrosa atención de la Inquisición. Vivió pensando por sí mismo y para sí mismo. Su legado nos enseña que no nos podemos fiar de las autoridades, ni de la tradición, ni de lo que nos cuentan. Tenemos que buscar la certeza a partir de lo que nosotros mismos podemos desarrollar. Ninguna de las opiniones establecidas, por venerables y respetables que sean quienes las sostienen, nos puede dar dicha certeza. Los medievales se contentaban citando opiniones de Aristóteles y les parecía un argumento suficiente decir «Lo dijo el maestro» o incluso «Lo escribió el filósofo». Descartes, inaugurando la época moderna, dice: No. No basta la autoridad, no basta con la tradición. Hace falta que a partir de mi propio pensamiento yo llegue a descubrir la certeza.
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