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El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición tenía como atribución esencial la
defensa de la fe católica, seriamente amenazada por los ataques de los herejes. La
palabra herejía es una derivación de un término griego que significa "elijo", "quiero",
"escojo". Su derivado "hereje" era empleado para calificar a aquellas personas que
sostenían opiniones o creencias contrarias a la fe de Cristo y de su Iglesia.
"Uno de los mayores males y pecados que hay en la Iglesia de Dios es la
herejía. No disputo ahora si puede haber otro pecado mayor, porque, claro
está, que el odio formal de Dios mayor pecado sería. Pero esos pecados acá
comúnmente no se hacen; allá en el infierno hay eso. Pues digo que de los
pecados que comúnmente suele haber en los hombres, la herejía, con la cual
se apartan de la Iglesia, dicen que es el mayor. Y con razón, porque fuera
que destruye el fundamento de toda la Religión cristiana, que es la fe, y otras
razones que hay, ¿no os parece que es grandísima y extremada soberbia
fiarse uno tanto de sí mismo y aferrarse tanto en su propio juicio, que venga a
creer y tener por más verdadero lo que a él le parece y se le antoja, que lo
que a la Iglesia católica romana ha determinado que se crea, y que se ha
aprobado en tantos Concilios, donde se ha juntado la nata de todo cuanto
bueno ha habido en el mundo, así en letras como en santidad, y se ha
confirmado con la sangre de tantos millares de mártires que han muerto por
ello, y con innumerables milagros que se han hecho en su confirmación? ¿Y
que venga el otro a decir: pues más creo yo en lo que he soñado esta noche,
o lo que me dice un Martín Lutero, hombre malo y perverso, apóstata,
deshonesto y amancebado sacrílegamente? ¿Qué mayor soberbia y locura,
qué mayor ceguedad y disparate puede haber?1".
Tanto entonces como ahora, la Religión Católica no es concebida ni vivida como el
producto de la elección de unos creyentes ni de la acción de un líder, un gran
personaje histórico o un caudillo; ni siquiera es fruto de la elaboración teórica de la
humanidad. Más bien, es entendida y comprendida como producto de la Revelación
Divina, a través del Verbo Encarnado, Cristo. Los dogmas católicos son expresiones
de dicha Voluntad Divina, no de la libre elección de unos hombres, por más sabios
que sean. Fue Cristo mismo quien encomendó a su Iglesia la trasmisión de tal
Revelación a la humanidad: el anuncio de la Buena Nueva.