Respuestas
Respuesta:
La fe cristiana, que renueva por completo la vida del creyente
y su inteligencia, responde a la iniciativa del Dios que sale al
encuentro del hombre revelándose a sí mismo.
Esta Revelación «se realiza por obras y palabras
intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia
de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las
realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras
proclaman las obras y explican su misterio» (DV 2)
Desde la Creación hasta esa nueva creación incesante que
constituye la salvación, se despliega el mismo y único designio de
Dios: hacer partícipes a los hombres de su vida, de su alegría.
La Revelación tiene lugar, en el sentido propio de la palabra,
en el seno de la historia concreta de los hombres. Pues Dios se
revela primeramente en la historia de Israel, que conserva un
sitio inalienable en la fe cristiana.
Esta historia, justamente denominada «santa», no es
solamente pedagógica, apropiada para guiar la búsqueda de Dios.
Indudablemente la Tradición siempre se ha complacido en
reconocer la «pedagogía» del Dios del amor, que educa
progresivamente a su pueblo con el fin de conducirlo a la plena
inteligencia de sus designios, que serían manifestados en
Jesucristo. Pero en esa misma pedagogía se expresa ya todo su
amor y todo su ser.
En el seno de la historia, Dios mismo obra y habla. Fue él
quien eligió a su pueblo para confiarle una misión en medio de las
naciones.
Dios, que siempre ama el primero (cf. 1 Jn 4, 10), ama también
a todos sin reservas. No espera, para amar a los hombres, la
respuesta que éstos puedan dar o dejar de dar a ese amor. Al
igual que un niño es querido y atendido incluso antes de que él
pueda pagar a sus padres con el amor que recibe de ellos, de igual
modo, la humanidad entera es amada por Dios desde la eternidad.
La elección de un pueblo concreto, destinado a ser, antes que
ningún otro, testigo del amor de Dios, pone de manifiesto que ese
amor, aunque universal, no es, sin embargo, abstracto. Se abre
paso en el corazón de la historia de los hombres y de los pueblos,
en su infinita diversidad, con objeto de atender a cada cual según
su peculiar temperamento, cultura e historia, dicho de otro
modo, según su humanidad concreta.
La singular historia de Israel, tejida de gozos y penas a lo
largo de más de un milenio, representa, de algún modo, la de la
humanidad en sus diferentes situaciones o experiencias: en
trashumancia, en esclavitud, en proceso de liberación, en marcha
por el desierto, en conquista, en la vida sedentaria, en exilio, en
vuelta del exilio...
La historia de Israel no se resigna a figurar como mera
imagen de la historia de la humanidad. Es anuncio y preparación
de lo que, a la postre, va a suceder realmente. La venida de
Cristo Jesús, su vida, su muerte y su resurrección marcan,
efectivamente, el cumplimiento de la historia de Israel como
historia de salvación.
Historia que no se cierra en sí misma, sino que desemboca en
un más allá que la transciende. En efecto, entre la Pascua de
Jesús y su venida definitiva en gloria, se extiende el tiempo de la
Iglesia. Es el tiempo de la vida nueva fundamentada en la obra de
Cristo, el tiempo de la misión, de llevar la luz y los frutos de esa
obra a la humanidad toda.
Desde entonces, la verdad de la Revelación se hace patente
en la vida del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, en sus inseparables
aspectos de plegaria litúrgica, de tradición doctrinal, de impulso
misionero y de praxis ética inspirada en el Evangelio.
Respuesta:
Pues Dios se revela primeramente en la historia de Israel, que conserva un sitio inalienable en la fe cristiana. ... En el seno de la historia, Dios mismo obra y habla. Fue él quien eligió a su pueblo para confiarle una misión en medio de las naciones.
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