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La indudable violencia de la Conquista fue seguida por el empeño de instaurar un nuevo orden en las tierras ocupadas. Para tales efectos, la Corona empleó el derecho, que en el caso de las Indias tuvo un carácter muy original, pues aplicó estatutos diferentes a los distintos grupos humanos. Sin embargo, el derecho no fue un instrumento suficiente para crear un espacio de encuentro donde los indígenas pudieran reconocerse a sí mismos en una medida significativa. En este trabajo se muestra cómo el arte sí desempeñó ese papel de manera más eficaz. En efecto, el llamado arte colonial no se limitó a ser una mera copia de los modelos europeos sino que presentó características muy propias, que en buena medida responden al peculiar modo de ser de los pueblos conquistados.
1. EL SURGIMIENTO DE UN ARTE NUEVO
El derecho y la política suponen la mediación de la palabra hablada. En esa medida, su implantación en América se prestaba para innumerables dificultades debido a las diferencias culturales existentes entre indios y españoles, y a los consiguientes conflictos de traducción entre mundos que eran muchas veces inconmensurables. En cambio, el arte constituyó una vía mucho más inmediata de comunicación entre esos universos culturales. Dicho con otras palabras, más que resolver todas y cada una de las tensiones y malentendidos que produjo la conquista, la tarea que más contribuyó al entendimiento tuvo lugar en la creación de un nuevo espacio de encuentro, un arte propio de América. Más que con la verdad o la justicia, este espacio se vincula con la belleza. El derecho efectivamente mueve, pero por imposición, particularmente cuando es visto como la obra de una potencia conquistadora. El arte, en cambio, mueve por atracción. Uno obliga, el otro invita y, en ese sentido, tiene un estatuto superior.