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Respuesta:
Era una tarde fresca y lluviosa de finales del mes de agosto, esa curiosa época del año en la que las únicas perdices que se ven son las que se guardan en la nevera, y en la que no hay absolutamente nada que cazar por ningún lado. Sobre la reunión que dicha tarde tenía lugar en casa de Lady Blemley flotaba un sobrecogedor silencio que mantenía a todos los presentes inquietos y apiñados alrededor de la mesa en la que se hallaba servido el té. No obstante, a pesar del aburrimiento y la apatía que cabría esperar encontrarse en una reunión como aquélla, lo cierto era que no había en los rostros de ninguno de los invitados la menor huella de esa fatigada desesperación que por lo común suelen causar todos esos insoportables conciertos de piano y todas esas aterradoras partidas de bridge a las que tanto se prestan tales ocasiones. Muy por el contrario, la atención de la boquiabierta y sorprendida concurrencia se hallaba por completo concentrada en la fea y no muy agradable persona de Mr. Cornelius Appin. De todos los invitados que habían acudido a ver a Lady Blemley, aquél era el único del que aún no se sabía con precisión a qué se dedicaba. Algunos días antes de la reunión, alguien le había comentado a la anfitriona que Mr. Appin era un tipo «inteligente», y fue por ello por lo que ésta había decidido invitarlo con la esperanza de que al menos una pequeña parte de su inteligencia contribuyese a hacer de aquélla una agradable y entretenida velada. Pero hasta que aquella tarde llegó la hora del té, Lady Blemley se había visto completamente incapaz de descubrir en qué sentido, si es que había alguno, merecía aquel hombre tan halagador calificativo. No era una persona ocurrente ni le gustaba jugar al croquet. Tampoco poseía el menor encanto personal ni era aficionado al teatro. Y en cuanto a su apariencia física, ésta no era precisamente de las que llevan a las mujeres a pasar por alto que el hombre en cuestión posea un elevado grado de estupidez. Y no obstante, a pesar de tener tantas cosas en contra, aquél era precisamente el hombre que tenía cautivados a cuantos se encontraban allí aquella tarde.
Lo que causaba tanto asombro en todos los presentes era el hecho de que Mr. Appin decía haber descubierto algo junto a lo cual inventos tales como la pólvora, la imprenta y la máquina de vapor quedaban reducidos a simples fruslerías. Según él, mientras que la ciencia no había hecho más que dar palos de ciego en todas direcciones a lo largo de las décadas anteriores, él, por su parte, se había encargado de realizar un asombroso descubrimiento que, para hablar con propiedad, estaba más cerca de ser un milagro que un verdadero avance científico.
Explicación:
Espero te sirva:)
Respuesta:
el pánico se volvió GENERAL cuando Cornelius Appin comenta que había encontrado la manera de hacer hablar a los gatos