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AMAR A DIOS
Por inspiración divina, el apóstol Juan escribió que “Dios es amor”, pues esa es su principal cualidad (1 Juan 4:8). Como Jesús lo sabía, cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más importante, contestó: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente” (Mateo 22:37). De modo que la verdadera amistad con Dios se basa en el amor y no en el miedo o en la obediencia ciega. Pero ¿por qué debemos amar a Dios?
El amor que siente Jehová por la humanidad es como el que sienten los padres por sus hijos. Aunque son imperfectos, los padres se esfuerzan por enseñar, animar, apoyar y disciplinar a sus hijos con cariño porque quieren que sean felices y les vaya bien en la vida. Y ¿qué esperan a cambio? Que sus hijos los quieran, los obedezcan y entiendan que todo lo que les dicen es por su bien. ¿No es razonable que nuestro Padre celestial, que sí es perfecto, espere que lo amemos y le agradezcamos todo lo que ha hecho por nosotros?
ESCUCHAR SU VOZ
En el idioma original de la Biblia, la palabra escuchar muchas veces significa “obedecer”. ¿Y no es eso lo que un padre espera que haga su hijo cuando le dice: “Escúchame”? Por lo tanto, escuchar la voz de Dios implica saber lo que él pide de nosotros y hacerlo. Como hoy en día Dios no habla directamente con los seres humanos, para escucharlo, tenemos que leer su Palabra, la Biblia, y poner en práctica lo que dice (1 Juan 5:3).
Para destacar la importancia de escuchar la voz de Dios, Jesús dijo en cierta ocasión: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová” (Mateo 4:4). Comer es importante, pero nutrir nuestra mente con el conocimiento de Dios es más importante aún. ¿Por qué? El sabio rey Salomón lo explicó: “Porque la sabiduría es para una protección lo mismo que el dinero es para una protección; pero la ventaja del conocimiento es que la sabiduría misma conserva vivos a sus dueños” (Eclesiastés 7:12). La sabiduría y el conocimiento de Dios pueden protegernos ahora y ayudarnos a tomar el camino correcto: el que nos conducirá a la vida eterna.
APEGARSE A ÉL
En el artículo anterior, mencionamos unas palabras de Jesús, que en parte decían: “Angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13, 14). Para andar por ese camino, agradeceríamos contar con un guía experto que nos ayudara a llegar a nuestro destino: la vida eterna. Por eso, debemos apegarnos a Dios (Salmo 16:8). Pero ¿cómo podemos hacerlo?
Todos los días tenemos muchas cosas que hacer y muchas más que nos gustaría hacer. Estamos tan ocupados o distraídos que apenas nos queda tiempo para pensar en lo que Dios quiere que hagamos. Con razón, la Biblia nos recuerda: “Vigilen cuidadosamente que su manera de andar no sea como imprudentes, sino como sabios, comprándose todo el tiempo oportuno que queda, porque los días son inicuos” (Efesios 5:15, 16). Apegarnos a Dios significa poner en primer lugar en la vida nuestra amistad con él (Mateo 6:33).