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Hacía frío y mamá había organizado una excursión a la nieve para jugar y pasarlo bien con mis hermanos. Cuando llegamos al refugio, se escuchó una voz por el altavoz que nos daba la bienvenida a la montaña.
A mí me encaba la nieve, así que fui corriendo junto al refugio y me puse a hacer el mayor muñeco de nieve del mundo. O al menos, eso me parecía a mí. Me había llevado una bolsa con zanahorias, botones, una bufanda… Lo tenía todo para mi gran muñeco.
Lo quería hacer tan grande que siempre se desmoronaba. Mis hermanos pasaban junto a mí y me decía que lo dejase, que no sería capaz. Pero entonces llegó mamá, me abrochó los botones del abrigo y me dijo al oído: “Con esfuerzo conseguirás lo que te propongas”
Me puse a construir mi gran muñeco con más ganas que antes. Cuando papá pitaba con el coche para irnos, me faltaba ponerle la nariz. Vino mamás, me cogió en brazos y me ayudó a ponerla diciendo: “¿Ves hijo? Vales mucho”
Moraleja: Todo se consigue con esfuerzo y si aun así no se consigue, no pasa nada, pero al menos sabrás que lo has intentado. Que nunca te digan que no eres capaz de hacer algo, serás capaz de lo que te propongas.
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La dicha de vivir, de Leopoldo Lugones
Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
–Yo soy el resucitado de Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
–Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
–Así lo creía y por eso vengo.
–¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
–Que me devuelva mis pecados –suspiró el hombre.