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Respuesta:
cada palabra suele tener varias acepciones, por tanto utilizarla en un contexto u otro puede cambiar su significado.
Cuando hablamos, nuestro tono, nuestros gestos… nos ayudan a transmitir lo que realmente queremos hacer llegar a nuestro interlocutor, sin embargo cuando escribimos no tenemos más herramientas que el término; lo que agranda aún más, si cabe, el poder de las palabras.
Comunicamos para ser entendidos, independientemente de los matices (querer decir mucho o nada, verdad o mentira, sentido o sobreactuado…) pero lo que sí es cierto es que cuando comunicamos lo hacemos con un objetivo claro de ahí la necesidad de saber qué quiero contar y cómo lo voy a contar.
Afortunadamente, tenemos un lenguaje muy rico que nos ayuda a expresarnos adecuadamente, solo necesitamos conocerlo para hacer uso de él.
La mejor receta es leer y escuchar mucho, poniendo los cinco sentidos, para así tomar conciencia del uso de cada palabra.
Algunos errores muy habituales y que debemos evitar a toda costa son:
– Confundir significados: hay muchos motivos que nos llevan a este hecho, uno puede ser los denominados “parónimos” es decir confusión del uso de una palabra debido a su similitud en forma o sonido, es por ejemplo el caso de “absorber” y “absolver”, “aptitud” y “actitud”…
– Ser imprecisos: no utilizar el término exacto que se identifica con la idea que quiero transmitir, por ejemplo “amigo no es lo mismo que conocido”, “ser experto no es ser listillo”, “información es distinto que conocimiento”…
– Ser ambiguos: la ambigüedad léxica puede llevarnos a diferentes interpretaciones. Este acto habitualmente lo provoca la “polisemia” (multiplicidad de significados de una palabra: cabo, banco, gato…) y la “anfibología” (uso gramatical de frases o palabras que normalmente por su incorrecta estructuración dan lugar a equívoco o a dobles interpretaciones, por ejemplo si alguien dice “el oso del niño” ¿está diciendo que el oso es del niño ó que el niño es como un oso?). Es mejor dejar “las cosas claras y el chocolate espeso”
– Utilizar palabras comodín: son aquellas fáciles de encajar que empobrecen el léxico mientras desperdiciamos la gran riqueza de matices semánticos de nuestra lengua, algunas de ellas son: “bueno”, “chisme”, “rollo”… términos genéricos y vacíos de contenido
– Se redundantes: también conocido como “pleonasmo” consiste en añadir palabras que no son necesarias en una frase pues su significado ya está explícita o implícitamente incluido en ella, es el caso por ejemplo de “subir arriba”, “colofón final”, “abajo suscrito”… que recargan y enfatizan innecesariamente.
Las palabras son el vehículo que transportan nuestros pensamientos y sentimientos produciendo un impacto en el receptor. Un estilo elegante, una comunicación precisa y condescendiente, fruto de la reflexión, una armonía, una combinación agradable de palabras… son indicadores que reflejan nuestra personalidad, nuestras habilidades lingüísticas