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El trabajo de los metales
La metalurgia es uno de los grandes logros de la humanidad. Desde sus inicios hace unos 9.000 años en el Próximo Oriente, el trabajo de los metales transformó las sociedades y la vida de las comunidades. Cuando el hombre descubrió la maleabilidad, dureza y resistencia del cobre, del hierro y de sus aleaciones, fabricó herramientas, armas y utensilios; cuando se maravilló ante la belleza del color y el brillo del oro y la plata, y ante la inmutabilidad del metal dorado, los usó para crear símbolos que legitimaban a sus gobernantes y recreaban a sus dioses.
La metalurgia fue inventada en épocas distintas en diversos lugares del planeta. En Anatolia, la China, la región de los Grandes Lagos de Norteamérica y en los Andes Centrales surgieron desarrollos metalúrgicos independientes y diversos. Algunos, como en Suramérica, se difundieron sobre amplios territorios.
El arte de la orfebrería llegó desde el sur a Colombia hace 2.500 años. Los antiguos orfebres de este territorio continuaron la tradición de experimentar con el oro, el cobre y sus aleaciones, e inventaron o perfeccionaron diversas técnicas, como la fundición a la cera perdida o la soldadura por granulación. Incluso descubrieron cómo trabajar el platino, un metal que en Europa sólo pudo utilizarse en el siglo XVIII debido a sus altas temperaturas de fusión.
Metalurgia y sociedad
La metalurgia, como en general las tecnologías, se entrelaza con la cosmovisión, la política, la economía y la organización social. Cuando las poblaciones orfebres de Colombia eligieron los materiales, las técnicas de manufactura y la organización de la producción, lo hicieron no sólo bajo la influencia de requerimientos técnicos, sino también, y principalmente, por factores culturales y sociales. Pero a la vez que era un producto de ella, la metalurgia transformó la sociedad.
En algún momento de los primeros siglos de nuestra era, durante el Periodo Yotoco, entre el 200 a.C. y el 1300 d.C., un orfebre de la región Calima en el Valle del Cauca presionó siete delgadas láminas de oro sobre un caracol marino. Aún se aprecian los cuidadosos dobleces y las uniones con pequeñas grapas. La concha natural se deterioró, pero el oro conservó su forma: una extraordinaria síntesis de naturaleza y cultura.
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