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Juzgar a una persona siempre constituye un ejercicio arriesgado, cuando no directamente temerario. “No juzguéis y no seréis juzgados”, reza el mandato evangélico. Ahora bien: dejando a salvo el fondo del corazón del hombre -eso que, para un creyente, sólo puede conocer y juzgar Dios-, lo que claro que sí puede juzgarse es los actos, ideas y manifestaciones públicas de cualquiera de nosotros. Desde el más anónimo particular hasta el personaje más encumbrado. Hasta, pongamos por caso, alguien como Bill Gates.
Espero que te ayude
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