como poner en practica las bienaventuranzas

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Respuesta dada por: nurisdelcarmen162020
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Nunca nadie predicó otro mensaje más grande que el que Jesús pronunció en una colina de Galilea. Ningún otro humilde mensajero jamás comunicó la vida de la fe sencilla que el carpintero de Nazaret, de 30 y tantos años, convertido en maestro. Veinte siglos no han logrado agotar las profundidades de su sermón. Con precisión y valentía Jesús realizó un tajo quirúrgico tras otro, dejando al descubierto la hipocresía y el legalismo de la religión del primer siglo. Hasta hoy, sus palabras quitan todo el peso excesivo que muchos han añadido a la vida de fe. En toda su grandeza, el Sermón del Monte que pronunció Jesús es una obra maestra de sencillez.

Esa sencillez es más que evidente en las palabras iniciales de Jesús. Él empieza con un grupo de ocho dichos breves, penetrantes, a los que llamamos las Bienaventuranzas (Mateo 5:1–12). Aunque suenan sencillas y son fáciles de leer, cada bienaventuranza ofrece un nuevo arreglo radical de nuestro sistema ordinario de valores, presentándonos el reto de ser diferentes al estatus quo cultural o religioso.

Sin embargo, aunque es tentador simplemente apreciar la belleza de las Bienaventuranzas desde lejos, no podemos ignorar sus implicaciones prácticas. En pocas palabras, no tienen el propósito de que se les admire, sino de que se les siga. Demos un vistazo más atento a dos de las Bienaventuranzas, para entender mejor cómo el ponerlas en práctica impacta nuestra vida.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4).

“Llorar” es reconocer la abrumadora pecaminosidad del pecado de uno, abrazar el arrepentimiento, y sentir una increíble tristeza y quebrantamiento por el mal que ha transpirado. Como Pedro, que, después de negar a su Señor en tres ocasiones separadas, de repente sintió el peso, la enormidad, de su transgresión. ¿Su reacción? Las Escrituras nos dicen que “saliendo fuera, lloró amargamente” (Lucas 22:62). Todo esfuerzo por racionalizar o ignorar la maldad sólo complica el asunto. La fe sencilla exige una confesión rápida y completa. Los que lloran así, Jesús promete, son bienaventurados.

Y, ¿qué es lo que Jesús promete a los que lloran, a los que se niegan a ignorar su pecado? “Ellos recibirán consolación.” ¡Qué extraordinaria seguridad! En otro pasaje de las Escrituras el Señor promete vendar a los quebrantados de corazón, dar alivio y plena liberación a aquellos cuyos espíritus han sido doblegados al darse cuenta de su fracaso y maldad.

Dios no espera meses de penitencia invocando desdicha, ni requiere sacrificios diarios que apacigüen su ira. La muerte de Cristo por nosotros provee el pago de una vez por todas por el pecado. No obstante, un corazón arrepentido que se expresa en lamento por la maldad resulta en consolación divina. Cuente con esa promesa.

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