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La Colombia de hoy tiene muchas similitudes con la caída del Imperio Romano. Por allá en el siglo III de nuestra era, el emperador Diocleciano dividió el imperio en dos, imperio oriental y occidental, porque era ingobernable, cada uno con su respectivo emperador. En el presente siglo, Colombia está dividida e ingobernable, con la diferencia que territorialmente, desde el aspecto legal sigue siendo un territorio, pero en otros aspectos tecnopolíticos está atomizada, pero ¿sigue manteniendo la unidad presidencial? Por lo menos de papel sí.
Teodisio I lo reunificó, pero después de su fallecimiento en el 395, el Imperio se volvió a dividir
Por otro lado, el gasto desmedido del poder central romano obligó a un incremento de los impuestos. Sobra hablar del nefasto impacto en el consumo del IVA al 19% impuesto por el gobierno Santos. Tanto así, que su opositor, quién también gravó a los grandes capitales para financiar la guerra, anda cantando a los cuatro vientos que va a bajar los impuestos.
Otro empujón a la caída del Imperio Romano fue la mala gestión de los gobernantes, la corrupción rampante, las guerras civiles, la crisis social y económica, la pérdida de la moral y las bacanales que en todos los estratos sociales. A parte de la persecución a los cristianos de manera violenta, Colombia fácilmente podría estar enmarcada en los siglos de la decadencia imperial.
La decadencia colombiana aparte de la corruptela, los malos gobiernos, la indiferencia social, está en el tema moral. Seudoamigos que “envenenan” a una compañera de farra con licor y éxtasis, y no la socorren. Abusos a menores en un hogar sustituto del ICBF. Asesinatos de líderes campesinos y sociales; secuestros, el “hagámonos pacito”, en fin, toda esa manifestación del odio entre nosotros nos lleva a que el país sea inviable y la reconstrucción desde la base no está a la vuelta de la esquina.