Respuestas
Respuesta:
Según el entendimiento científico derivado de la actual cultura occidental, el tiempo es una magnitud física que nos permite medir la duración de acontecimientos o la separación de estos en un orden secuencial. Estas secuencias nos permiten construir un pasado, un presente y un futuro para los eventos observados. Para un espectador que se encuentra dentro de un sistema de referencia, esto es, en un espacio con su propio estado de movimiento, el tiempo transcurre de manera uniforme. De ahí resulta que diferentes observadores pueden tener diferentes nociones de la duración y de la secuencia de los acontecimientos observados.
En la vida cotidiana, la existencia de tiempo se deduce de manera indirecta a partir de las variaciones perceptibles en los acontecimientos observados en el espacio. Estos pueden ser el movimiento constante de las manecillas de un reloj que nos marca segundos, minutos y horas, el recorrido del sol por el cielo con el que dividimos un día en sus segmentos -mañana, mediodía y tarde-, el cambio de día y noche, las estaciones del año, los ciclos de flora y fauna, la secuencia de nacimiento, vida y muerte o el registro de los días agrupados en semanas, meses y años mediante una cuenta sistematizada o calendario.
Explicación:
La noción que las sociedades humanas tienen de estos acontecimientos periódicos en el espacio es el resultado de su cultura. Existen dos conceptos básicos para interpretar estos sucesos en el espacio: cíclico y lineal. Según Farris (1987: 572), uno de estos es subordinado al otro (Rice, 2008: 293). En las sociedades que comparten la actual cultura de occidente, todos los hechos que ocurren en el tiempo son irreversibles, únicos y no repetibles, tienen un inicio y un fin. A este orden lineal de todos los eventos observados le llamamos cronología y lo representamos con una flecha o línea de tiempo. Esta noción es la base para la historia y la idea de desarrollo. Su fundamento está en el concepto de tiempo que es implementado por las religiones monoteístas, en particular el judaísmo y el cristianismo (Puech, 1958: 46-53).
Muy diferentes son aquellas sociedades cuya cultura se construye sobre la noción de que los acontecimientos específicos o las series de eventos recurrentes son el resultado de una repetición de estos mismos eventos después del transcurso de una determinada secuencia de sucesos. Este pensar en ciclos en que los acontecimientos tienen un orden inalterable, parte de la permanencia e inmutabilidad de los eventos en sí. Una vez establecido un hecho, éste se repite periódicamente dentro de una secuencia infinita de ciclos consecutivos. Nada se crea y nada se pierde, los cambios son más bien concebidos como manifestaciones de estos ciclos en que los acontecimientos se hacen, deshacen y rehacen de forma perpetua (Puech, 1958: 40-41). Aquí no encontramos el concepto de una historia basada en la singularidad de los acontecimientos ya que un ciclo carece de un punto de referencia que permite identificar el comienzo de los sucesos en el pasado, su desarrollo en el presente y su fin en el futuro. En culturas con pensamiento cíclico, la "historia de los acontecimientos", por así llamarla, implica siempre el estar después de un suceso y a la vez encontrarse nuevamente frente a él (Puech, 1958: 42-43). En sociedades con este tipo de pensamiento cíclico encontramos en la gran mayoría de los casos el mito que da legitimidad y fundamento a los acontecimientos y a las reglas sociales establecidas (Assmann y Assmann, 1998: 180-185; Malinowski, 1948).