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De la euforia descontrolada a la tristeza sin motivo. De la soberbia a la baja autoestima. De la abulia al frenesí. Esos cambios abruptos de un extremo al otro en el arco de las emociones adolescentes tienen responsables.
Según una reciente investigación realizada en Estados Unidos por el de la Universidad de San Diego, Robert Mc Givern, las vertiginosas transformaciones en el humor de los jóvenes residen en el cerebro. Según el trabajo de este investigador los desequilibrios adolescentes son consecuencia de la gran actividad neuronal de esa etapa vital.
"Es que en la adolescencia hay una explosión de los neurotransmisores y neuroreguladores, que son las sustancias que regulan las emociones, las hormonas y la actividad neuronal", explica el doctor Jaime Moguilevsky, profesor de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA y director de la Maestría de Psiconeuroendocrinología de la Universidad Favaloro.
Deberán pasar algunos años —cuando los jóvenes se conviertan en adultos y se estabilicen— para que los cambios en su comportamiento se atenúen, señala este especialista. La remodelación cerebral provoca serias dificultades para entender el novedoso abanico de situaciones sociales a que se exponen los chicos de 11 y 12 años en adelante, señala Mc Givern.
Ellos no pueden procesar la información ni comprender lo que les sucede en su vida de relación por el exceso de sinapsis (conexiones entre neuronas) que experimentan. Les resulta imposible identificar con velocidad la felicidad, la tristeza, el enojo o la indiferencia porque su sistema nervioso central se está reorganizando y tiene menos recursos disponibles para la sabiduría social.
"A veces sentimos que no somos considerados por nuestros padres o en el colegio. Lo tomamos como fracasos personales y respondemos con cambios de ánimo", dice Gonzalo Depper, de 18 años (ver Testimonios).
En la adolescencia hay una multiplicidad de cambios: cuerpo, psiquis, relaciones sociales y familiares dejan de ser lo que eran. "Hasta que metabolicen su nueva realidad, el impacto de esas transformaciones convertirá a los chicos en seres lentos en sus reacciones y que actúan a la defensiva", opina la psicóloga Diana Rizzatto, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar.
Los chicos varían su ánimo porque esos cambios son desparejos: por un lado explotan los caracteres y por otro su inmadurez emocional no puede elaborar esas transformaciones. "Por eso, un día se ven hermosos y al siguiente, espantosos. Su autoestima está en construcción y depende mucho de la mirada ajena, de la respuesta ambiental"
"Me parece que hasta que uno se encuentra pasa por un montón de etapas, en las que va buscando su identidad", especula Ignacio Ortiz, de 15 años.
El neurólogo y psiquiatra Enrique De Rosa, docente adscripto a la Cátedra de Salud Mental de la Facultad de Medicina miembro de la Facultad Latinoamericana de Psiquiatría, no descarta la etiología biológica —la explosión hormonal y neuronal— de la adolescencia.
Pero De Rosa suma una visión psicológica para explicar la naturaleza de los cambios. "Las transformaciones son vertiginosas y extremas porque el adolescente está confrontando el mundo infantil, que ya no da cuenta de su nueva realidad, con el adulto, hacia el que se encamina pero cuyos códigos desconoce. Esa mezcla le resulta difícil de digerir, no sabe cómo proceder y cae en la angustia, el caos, la desesperación o el aislamiento."
Explicación:
Al no saber establecer un código de intercambio con las otras personas, se exalta cuando quiere conquistar a alguien del sexo opuesto y se deprime por el rechazo que produjo su gesto excesivo.
"Es muy común", explica De Rosa, "que los varones se abalancen sobre las chicas, que ellas los rechacen y ellos se enojen. Parecería que para los chicos tirarse un lance es, literalmente, tirarse encima", ejemplifica el neurólogo.
"Esas posturas extremas son típicas de la adolescencia y los cambios abruptos son producto de la gran vulnerabilidad de una etapa en la que todo está al rojo vivo", asegura la psicóloga Beatriz Goldberg.
"Hoy son más inestables que hace veinte, treinta años —reflexiona la autora de los libros "Hay un adolescente en mi casa" y "¿Qué quiero ser?"—. Porque a los cambios internos de esta etapa hay que sumarle la metamorfosis del mundo exterior, con el derrumbe de los grandes saberes".
Con la crisis, los padres no saben si el mes que viene tendrán trabajo o si tendrán que emigrar. Así, es mucho más difícil poner límites y contener a sus hijos. "A los adultos les cuesta ser referentes y ayudar a los jóvenes a transitar su camino", concluye porque ellos mismos perdieron casi todas las certezas".