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El siglo XIX supuso el tránsito final desde las monarquías absolutas que habían dominado Europa desde la Edad Media hasta los estados-nación liberales de nuestros días. Fue también el siglo en el que la industria se impuso sobre las formas manuales de producción.
100 años de progreso científico, filosófico y de derechos y libertades, pero también de conflicto continuo en Europa entre clases sociales, naciones y estados. Estos son algunos de los acontecimientos históricos importantes que tuvieron lugar en este siglo trascendental para la humanidad.
Guerras Napoleónicas
El siglo XVIII había culminado con el acontecimiento que, historiográficamente, marca el tránsito entre la Edad Moderna y la Contemporánea: la Revolución Francesa. De la convulsa revolución en Francia emergió la figura de Napoleón Bonaparte. Este militar corso combinó genio militar y habilidad política durante toda su carrera.
Fue escalando en la jerarquía del régimen revolucionario hasta proclamarse emperador de los franceses. Sus ejércitos sometieron a media Europa y propagaron las ideas revolucionarias por todo el continente. Finalmente, Napoleón fue derrotado en Waterloo en 1815, pero el Antiguo Régimen viviría ya en una crisis continua e iría desapareciendo paulatinamente.
Revolución Industrial
Aunque la primera Revolución Industrial había comenzado el siglo anterior, con adaptación de la máquina de vapor a la producción, fue en el siglo XIX cuando se consolidó. El desarrollo y mejora de las máquinas y, sobre todo, la invención del ferrocarril, marcaron un antes y un después en la economía de todo el mundo.
Los tiempos de producción se acortaron enormemente y las materias primas empezaron a ser transportadas a gran velocidad. La alta demanda de mano de obra industrial produjo una migración masiva del campo a las ciudades.
En pocos años, el mundo cambió completamente. La vida campesina que se había mantenido invariable durante siglos llegaba a su fin y las ciudades se llenaban de chimeneas humeantes y barriadas insalubres.
Colonización de África
Ante el aumento de la productividad, la industria comenzó a requerir una creciente cantidad de materias primas. Europa estaba seca de recursos naturales tras siglos de explotación y las grandes potencias pusieron sus ojos en África. Partiendo de los antiguos puestos comerciales establecidos a lo largo de la costa africana, los europeos comenzaron una carrera desenfrenada hacia el interior del continente.
Miles de km² se repartieron como pedazos de un pastel y los recursos naturales empezaron a ser extraídos y enviados a Europa. La población africana tuvo poco que decir en ese proceso. Los idiomas y la religión de los colonizadores y una economía empobrecida han quedado como la herencia más visible en África tras la descolonización del siglo pasado.
Unificación de Italia y Alemania
El mapa de Europa central a comienzos del siglo XIX era muy distinto al actual. Una miríada de pequeños estados se extendía por el territorio que hoy llamamos Italia y Alemania. Basándose en los ideales románticos del nacionalismo y en la fuerza de sus ejércitos, líderes carismáticos como Otto von Bismarck o Giuseppe Garibaldi acometieron la unificación de ambos territorios.
Los dos procesos, con sus diferencias, conllevaron guerras e importantes tensiones en todo el territorio. Finalmente, Italia y Alemania se consolidaron como dos de las grandes potencias llamadas a tener un papel protagonista en el siglo XX en Europa.
Precisamente como fase final de la unificación alemana, Bismarck buscó una victoria militar contra el gran rival de su proyecto, Francia. Prusia encabezó una alianza de todos los estados alemanes contra la Francia de Napoleón III, descendiente de Napoleón Bonaparte
La invasión napoleónica de España había llevado a la independencia de la mayor parte de la América española. Se crearon numerosos estados por todo el continente desde México hasta Argentina, pero la isla de Cuba y el archipiélago de las Filipinas se mantuvieron como últimos vestigios imperiales de España.