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Respuesta. Tras rodar El pianista tenía ganas de hacer una película que fuese para todos los públicos, una historia que incitase a los mayores a llevar a sus hijos al cine, y no al revés, como ahora sucede tantas veces. Fue mi mujer, Emmanuelle Seigner, quien me sugirió adaptar un Dickens. Ella sabe lo mucho que me gusta el novelista británico y que soy un enamorado de Oliver Twist, pero yo me resistía porque era un libro que ya había sido adaptado a la pantalla. Y recientemente, creía yo. Pero no era así. El musical de Carol Reed es de 1968, es decir, que ya hay dos generaciones sin una adaptación propia del libro.
Utilizo el guión como un manual que sirve de modo de empleo. No hay que perder tiempo. Hay todo un equipo que espera, y si no se rueda se pierde dinero y se gana aburrimiento. Eso no significa que vaya al plató con una story board bajo el brazo, pues eso sería como ir por el mundo con una idea fija, sin interesarte por la realidad, que es más rica que tus a prioris. Dibujo los planos o las secuencias sólo cuando incluyen efectos especiales complejos y reclaman la participación de mucha gente del equipo. Entonces el boceto permite expresarse con precisión, es casi obligado. Normalmente llego al plató y les pido a los actores que muestren cómo ven ellos mismos la secuencia. Casi siempre se colocan en el lugar adecuado. Si se equivocan, yo tengo que darme cuenta. Después de ver su pequeña representación decido cómo planificar. Y también todo es muy rápido, porque no hay mil planificaciones posibles.