Respuestas
Respuesta:
Lo más largo?...
Explicación:
El hombrecillo de nieve se sintió solo en medio de la noche. Sintió frío. No de esa clase de frío, claro. Los muñecos de nieve no tienen temperatura corporal. Era más bien un frío espiritual, como del alma. El pequeño Tomás se había esmerado en que tuviera todo lo que debe tener un buen muñeco de nieve: narizota de zanahoria, gorro con borla, gafotas, bigotazo de ramas de abeto, brazos de ramas de castaño... Y aún así le faltaba algo. Aquel muñeco de nieve deseaba ser humano más que ninguna otra cosa en el mundo.
Durante el día, nuestro hombre de nieve permanecía inmóvil y se dejaba decorar por Tomás y los otros niños. Por la noche, cuando las calles estaban desiertas, el hombre de nieve desentumecía su cuerpo y practicaba bajo las estrellas cómo ser un ser humano. Al principio sólo imitaba los gestos que veía en las personas. Después aprendió a caminar, a hablar, a hacer muecas ante el espejo de los charcos congelados. Tanto se aplicó que muy pronto estuvo en condiciones de hacerse pasar por una persona cualquiera. En alguna ocasión llegó a disfrazarse y a visitar la tienda 24h, sólo para tener la oportunidad de intercambiar unas palabras con una persona de verdad, aunque fuera desde el otro lado de un pasamontañas.
Todo eso estuvo bien durante un tiempo. Pero llegó el día en que ya no era suficiente. Sus excursiones nocturnas, sus monólogos noctámbulos, sus prácticas de risa y de llanto no eran más que un artificio. Necesitaba sentirse un verdadero ser humano, ser de verdad una persona. Él creía haberlo aprendido todo...¿Qué podía faltarle?
La respuesta llegó como por arte de magia. Cierto día los niños del barrio se enfrentaron en una batalla campal de bolas de nieve. Levantaron barricadas y estuvieron lanzándose proyectiles toda la tarde. Nuestro hombre de nieve animaba en silencio al equipo de Tomás. Por eso cuando éste fue definitivamente derrotado sintió aquella derrota como propia. Sobre todo después del humillante bolazo en la cara que se había llevado el pobre niño.
Mientras Tomás se retiraba lloroso del campo de batalla, nuestro hombre de nieve pudo sentir su decepción y su rabia. Era una sensación nueva para él. Nunca antes había empatizado con los sentimientos de otra persona. Un escalofrío recorrió su espalda. Extrañado, bajó la vista y contempló sus manos. Eran de carne y hueso y tiritaban de frío.