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Respuesta:
De forma tal que cuando una mujer expresa su opinión o ejerce su autonomía se tiende a calificarla negativamente: es una bruja o está histérica. Adicionalmente, el costo de su autonomía puede ser muy grande, porque al poder ser y ejercer su independencia pierde la posibilidad de ser “mantenida”, razón por la cual algunas prefieren la sumisión.
Por su parte, el hombre que busca la conciliación o invita a la participación es descalificado por falta de carácter, y si comparte responsabilidades y obligaciones se le considera poco hombre.
Están tan incrustados estos estereotipos en nuestra forma de ver y actuar en la vida, que no nos damos cuenta de que cuando un hombre ejerce la violencia se cree que es porque ¡es hombre!, ¡como si fuera natural al hombre comportarse de manera violenta!, y se busca entonces que aprenda a controlarse y a expresar la rabia de formas aceptadas socialmente.
Pero como la fuerza y la violencia generan temor, se van imponiendo como formas de control, lo cual hace difícil modificar todas las relaciones sociales que de allí se desprenden.
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