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Respuesta:
EL modelo alternativo que presenta Agustín de Hipona
a la vida en comunidad- fraternidad contrasta
fuertemente con los modelos de sociedad en los que
se han basado las relaciones en muchos grupos
humanos. O el colectivismo a ultranza, donde los
derechos humanos quedan anulados en beneficio de lo
común, o el modelo liberal extremadamente
individualista, no dando cabida en las relaciones
humanas a la presencia del otro en mi existencia,
viendo solamente el lado negativo del sentido del otro
como amenaza constante a mi libertad (Sartre).
Estos extremos se han venido repitiendo desde
siempre. A ellos intentan responder ciertos autores
cristianos, insistiendo en las exigencias de respeto a lo
personal en camino de construcción de una comunidad
de personas responsables y libres. La referencia y
fundamento es el mensaje de Jesús, al que se han
venido ateniendo todos los qué han intentado construir
modelos de sociedad donde el individuo y la
comunidad no sean adversarios irreconciliables, sino
complementos normales de la vivencia de la persona
como ser relacional.
De Agustín se ha dicho que es el primer pensador
moderno (Przywara), porque llama a la persona a
desarrollar todas sus potencialidades al servicio de lo
común, y también aboga por lo común como medio
vital, donde el ser humano puede llegar a recuperar
sus mejores cualidades y perspectivas personales. Y
es que bebe en las mejores fuentes del pensamiento
de siempre, como es el Evangelio y la cultura grecoromana, y de ese encuentro surge la forma más idónea
de entender el paso del yo al nosotros en las
coordenadas históricas, en las cuales el ser humano va
realizando su existencia.
A su vez, Agustín entronca muy bien con los
personalismos de nuestro tiempo, ya que quiere
recuperar al sujeto en su dimensión, tanto individual
como comunitaria. La comprensión de la persona
humana como ser consigo mismo, en el mundo, con
los otros y ante el Misterio que le envuelve, son las
dimensiones del sujeto en camino de asumir su
existencia en una línea integradora.
No puede prescindir de su realidad subjetiva de
persona ni de la realidad del otro en su proyecto
comunitario, ya que indicará cómo la confesión bíblica
del hombre, creado a imagen de Dios, le ofrece
posibilidades de integrar la dimensión humana y la
divina en un proyecto totalizante, que llegará a tener en
Jesús, el Cristo de Dios, el modelo por antonomasia en
el desarrollo personal en camino hacia Dios.
Aquello del otro como el compañero de los destinos de
mi libertad (Marcel), encuentra en la antropología de
san Agustín su mejor expresión en el caminar abierto a
la Verdad, que ha llegado a la historia y se va
apareciendo de forma progresiva en los avatares de la
misma. Cristo, el universal concreto, lugar de
referencia obligado para todo aquel que, desde lo
humano y desde la fe asume al hombre en su totalidad.
Y a otro interrogante responderá también el proyecto
de fraternidad agustiniano. Asumiendo lo humano y
potenciándolo en su plenitud, se encuentra con que
necesita de un recurso trascendente. Si el Espíritu no
se hace presente en ese proceso de construcción de
vida en común, es muy difícil, por no decir imposible, ir
realizando esa utopía, que habla de colocar el bien
común sobre el propio, y poder entender que sólo allí
donde ese espacio humano, personal y comunitario es
habitado por la Trinidad, cambia el signo de las
relaciones humanas (cf. Vida Consagrada).
Por esto vamos a seguir a san Agustín en el desarrollo
orgánico de su teoría de la fraternidad, aplicado a todo
creyente cristiano por el hecho de serlo y como
proyecto de vida en común, aplicado a los cristianos
que han optado por una forma concreta de vida
cristiana. Ya Juan Pablo II decía en Vida Consagrada,
54: "Se puede decir que se ha comenzado un nuevo
capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las
relaciones entre personas consagradas y el laicado."