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el poder que han alcanzado algunos grupos religiosos en alianza con políticos conservadores hacen pensar que no se puede seguir atacando o ignorando su influencia. es hora de actuar de manera más estratégica
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RELIGIÓN Y PODER POLÍTICO
1. LOS ORÍGENES PRECRISTIANOS
El hombre, en el mundo precristiano, vive en círculos muy cerrados socialmente; la Religión (lo espiritual) y la organización política (lo temporal) son las dos caras de la misma moneda, van íntimamente ligadas, pues su sentido último es el mismo: se dirigen ambas hacia la felicidad colectiva y el bienestar social. El monismo, que supone la fusión de los dos poderes en uno, es incuestionable y nadie se plantea separarlos.
Por consiguiente, el mundo precristiano es monista: el poder que dirige al hombre está investido, simultáneamente, del doble carácter religioso y temporal. Religión y política constituyen un conjunto armónico, como se puede ver en los regímenes faraónicos, en los imperios precolombinos, mayas, aztecas, incas, y en Roma a partir de los triunviratos y con los Césares. Así, la forma política más característica de la época fueron los imperios monistas teocráticos politeístas (en este sentido, la teocracia supone considerar al Rey como hijo de Dios).
En Roma, la Religión y el poder político se funden y confunden: el «Estado» es un organismo teocrático, que sin la base religiosa perdería toda su razón de ser, porque el poder político tiene carácter sagrado y lo sagrado tiene poder político. El Emperador no sólo es el máximo Pontífice, sino también una divinidad. Conforme el Imperio Romano conquista nuevos pueblos, adopta sus dioses particulares en el panteón, de modo que liga espiritualmente a los conquistados (sincretismo teocrático politeísta).
Incluso en el pueblo judío –la religión monoteísta más moderna de la época–, aún existiendo una casta sacerdotal, el que ostenta el supremo poder religioso –a la vez que el político– era el Rey (que no es el hijo de Dios, pero sí el elegido por Él). Los sacerdotes sólo tienen funciones de culto. El Rey, a quien no se puede divinizar, por ser ello incompatible con las creencias judías monoteístas, es quien dialoga con Dios. No se diviniza al Rey, pero sí al poder; de ahí que la resultante sea una teocracia monoteísta.
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