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Para los marketers experienciales, los consumidores esperan productos, comunicaciones y campañas que deslumbren sus sentidos, lleguen a sus corazones y estimulen sus mentes.
De hecho, buscan que el marketing les brinde una experiencia, y no sólo otro mensaje comercial.
El marketing experiencial utiliza voces creíbles, experiencias sensoriales.
Sus tácticas y estrategias exhiben el respeto por el consumidor y esta herramienta se emplea para crear conexiones directas y significativas entre las empresas y sus clientes.
Aún así, hay quienes continúan bombardeando al comprador con herramientas nacidas en el marketing tradicional.
No ha de sorprender, entonces, que el consumidor moderno sufra una neurosis publicitaria a causa de todo este alboroto.
Aún peor, todos los trucos de marketing y publicidad predominantes están caracterizados por una impersonalidad que para nada respetan los deseos del consumidor: sus tácticas no generan conexión emocional y sus estrategias no tienen ningún respeto por el auditorio al que se dirigen.
Tampoco existe una interacción como resultado de haber sido desplegada una disposición hacia una comunicación efectiva y eficaz tanto para las marcas como para los consumidores.
¿Por qué las empresas eligen atacar a un consumidor consciente -y fatigado- del marketing basado en acciones sin contenido y sentido?
Este tipo de campañas no logran más que moldear en el consumidor una fuerza reaccionaria desconfiada e incluso negativa con respecto a las acciones pensadas desde el marco experiencial.
Es el cuento del pastor y el lobo: "¿por qué voy a creer, cuando lo "normal" es la mentira y los oídos son sordos a los reclamos y a la satisfacción de las necesidades integrales del consumidor?".
La desconfianza del consumidor se convierte en un desdén absoluto por el marketing invasivo.
La batalla está planteada y los marketers piensan que si los consumidores son cínicos respecto de nuestros mensajes y levantan barreras cada vez más altas, entonces se necesitan esfuerzos mucho más extremos para derribarlas.
Las industrias de marketing y de publicidad están atrapadas en una espiral mortal de falta de respeto; quienes predican que el ‘cliente es el rey' tendrían que replantearse si sus acciones no son un verdadero acoso hacia quien dicen venerar.
Es obvio que el consumidor está harto de la invasión del marketing y de la publicidad en su cotidianeidad.
Los estudios sugieren una hostilidad arraigada hacia la publicidad indeseada.
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