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Respuesta:
ser voceros de la palabra de Dios.
Respuesta:
El término profeta proviene del vocablo hebreo. nâbî, que se traduce “llamado por Dios” o “quien tiene una vocación de Dios”; es el término que se usa con mayor frecuencia. El profeta en su primera acepción es el vocero de Dios, alguien que recibía instrucciones de Dios para ser dadas a su pueblo, no hablaba por iniciativa propia, sino que su discurso, su mensaje emanaba de lo que Dios le hablaba. En este sentido, el profeta no es uno que adivina el futuro sino que uno que lleva palabra de Dios al pueblo y con ella demanda obediencia porque trae al pueblo del Señor la palabra viva y exigente de un Dios de amor, vida y justicia. Y si no predice nada futuro, no por eso es menos profeta. La fuerza esencial de la palabra profética estriba en su fuerza ética, no en alguna especie de clarividencia mágica desconectada de la soberanía de Dios y su voluntad.
La misión profética de la Iglesia Cristiana, tiene su antecedente en la labor que realizaron los profetas del Antiguo Testamento (A. T) dentro del pueblo judío. Bajo este marco de referencia, el pueblo de Dios, está llamado a realizar la misma labor que realizaron los profetas, es decir, denunciar la desobediencia por parte del pueblo y de los que están en eminencia a los mandatos y leyes de Dios y en consecuencia anunciar el juicio que Dios traería de no acatarse sus prerrogativas. El énfasis de la profecía esta dado con base a las promesas de Dios y su cumplimiento, no en predicciones que anuncian hechos futuros que parecen más bien de ciencia ficción y no tienen nada que ver con la ética y la obediencia que deben observar a quienes se le profetiza.
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