Aquella tarde, hablaban Angelitus e Hildemaro. ―No conozco otro mundo que la tecnología. Sin celular, soy, como dice la profe de Ciencia y Tecnología, “un muerto vivo”, porque la “célula es la unidad básica de todo ser vivo”. Así que sin “celula-r”, ¡la vida se me va! ―¿Sabes por qué nuestros padres nos han dejado sin celular?―respondió Hildemaro. ―Sí, lo sé. En verdad, fue una decisión de ellos. No es un capricho, lo que sucede es que ambos ya han agotado sus ahorros para subsistir durante la pandemia. Angelitus era el hijo mayor y le gustaba leer mucho en Wikipedia. A Hildemaro, por su parte, le encantaba el YouTube. Su padre tenía por nombre Arquímedes, y hacía honor al filósofo, pues enseñaba a sus hijos a pensar y repensar buscando soluciones a los problemas. ―Lo cierto es que nuestros padres ya no pueden pagar el internet―dijo Hildemaro―. ¿Quién habría inventado el celular? ¿Cómo llega la señal de conectividad a todo el mundo, incluido a este pueblito, La Fortaleza? ―Los profesores dicen que es parte del avance científico y tecnológico. Acaso, ¿yo no podría ser un inventor? ¡Claro! Podría transformar mi realidad ―dijo Angelitus. ―Bueno, es tarde, vamos a dormir. Pero Angelitus se quedó con muchas ideas en la cabeza. “Si no puedo ver el internet, al menos puedo imaginar, y soñar”, pensó, y se quedó profundamente dormido. Ahora no estaba ya en La Fortaleza. Estaba en una nave, en un viaje a través del tiempo. Llegó al centro de Egipto y observó a Ramsés II liderando el diseño del templo Abu Simbel. Observó de lejos que usaba un instrumento llamado plomada. Dirigía a los egipcios viendo en un plano hecho en piel de camello. De pronto, en un ¡zas!, la nave lo situó sobre en la montaña de Machu Picchu. Reconoció allí al Inca Pachacútec, a quien había visto solo en los libros de historia del Perú. Allí, con el porte de un gran líder, dirigía la construcción de la ciudadela, y se asombró al ver que los constructores usaban una plomada, muy similar a la de los egipcios. Luego, como levantado por un huracán, apareció sentado entre los científicos estadounidenses en 1960. Pero no le llamaban Angelitus, sino Jhon Licklider. Allí recibió órdenes para crear un medio de comunicación. Se puso muy nervioso. Fue tal la impresión que despertó. Pero pronto se le pasó el susto. ―¡Eureka! Tal vez, no soy Arquímedes ni Ramsés o Pachacútec, ni ese tal Jhon, pero debo inventar, sí, inventar algo novedoso. Con la imaginación todo se puede. Estoy seguro que en el Perú y en el mundo me conocerán algún día. ¡Sí, lo haré! Resumen
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Aquella tarde, hablaban Angelitus e Hildemaro. ―No conozco otro mundo que la tecnología. Sin celular, soy, como dice la profe de Ciencia y Tecnología, “un muerto vivo”, porque la “célula es la unidad básica de todo ser vivo”. Así que sin “celula-r”, ¡la vida se me va! ―¿Sabes por qué nuestros padres nos han dejado sin celular?―respondió Hildemaro. ―Sí, lo sé. En verdad, fue una decisión de ellos. No es un capricho, lo que sucede es que ambos ya han agotado sus ahorros para subsistir durante la pandemia. Angelitus era el hijo mayor y le gustaba leer mucho en Wikipedia. A Hildemaro, por su parte, le encantaba el YouTube. Su padre tenía por nombre Arquímedes, y hacía honor al filósofo, pues enseñaba a sus hijos a pensar y repensar buscando soluciones a los problemas. ―Lo cierto es que nuestros padres ya no pueden pagar el internet―dijo Hildemaro―. ¿Quién habría inventado el celular? ¿Cómo llega la señal de conectividad a todo el mundo, incluido a este pueblito, La Fortaleza? ―Los profesores dicen que es parte del avance científico y tecnológico. Acaso, ¿yo no podría ser un inventor? ¡Claro! Podría transformar mi realidad ―dijo Angelitus. ―Bueno, es tarde, vamos a dormir. Pero Angelitus se quedó con muchas ideas en la cabeza. “Si no puedo ver el internet, al menos puedo imaginar, y soñar”, pensó, y se quedó profundamente dormido. Ahora no estaba ya en La Fortaleza. Estaba en una nave, en un viaje a través del tiempo. Llegó al centro de Egipto y observó a Ramsés II liderando el diseño del templo Abu Simbel. Observó de lejos que usaba un instrumento llamado plomada. Dirigía a los egipcios viendo en un plano hecho en piel de camello. De pronto, en un ¡zas!, la nave lo situó sobre en la montaña de Machu Picchu. Reconoció allí al Inca Pachacútec, a quien había visto solo en los libros de historia del Perú. Allí, con el porte de un gran líder, dirigía la construcción de la ciudadela, y se asombró al ver que los constructores usaban una plomada, muy similar a la de los egipcios. Luego, como levantado por un huracán, apareció sentado entre los científicos estadounidenses en 1960. Pero no le llamaban Angelitus, sino Jhon Licklider. Allí recibió órdenes para crear un medio de comunicación. Se puso muy nervioso. Fue tal la impresión que despertó. Pero pronto se le pasó el susto. ―¡Eureka! Tal vez, no soy Arquímedes ni Ramsés o Pachacútec, ni ese tal Jhon, pero debo inventar, sí, inventar algo novedoso. Con la imaginación todo se puede. Estoy seguro que en el Perú y en el mundo me conocerán algún día. ¡Sí, lo haré!
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no se nadam
jjj8gvretu6reqwp=qOISW
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`ñipouiouioui