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Sabía que estaba atado, no podía mover mis muñecas, ni tobillos, estaba en una camilla porque mi piel sentía el frió tacto de las barandillas de metal. De verdad no tenía idea cómo había llegado a aquella oscura habitación,
Estuve algunos minutos tratando de enfocar algo, pero solo había una gran masa de aire negro, mi concentración se alerto fue al oír unos pasos cerca, empecé a sacudirme con fuerza, con la esperanza de que alguien me ayudará.
¡Ayuda! – sonó mi voz desesperada – aquí al lado, no puedo salir –
Pude escuchar lentamente la manilla de la puerta girar, estaba ansioso por escaparme de la oscura habitación.
Sentí su presencia acercarse, pronto lo logre apenas distinguir, tenía una bata blanca de doctor hasta sus rodillas, unos lentes que le brillaban.
¿A quién le gritas? – su voz estaba totalmente en calma, era pausada y pronunciaba cada palabra extremadamente bien – nadie te va a ayudar –
Por favor … –
Solo vamos a hacer unos pequeños experimentos y podrás salir tranquilamente, a tu insípida vida –
¡No quiero! – me sacudí fuertemente –
La camilla empezó a rodar, él la tomaba por atrás, al apenas salir de la oscura habitación hubo un contraste tan fuerte con las paredes blancas que parecían desinfectadas y demasiado pulcras, la intensa luz, quede cegado. Me costó unos segundos ubicarme, estaba en un hospital, el terror me invadió ¿qué me iban a hacer?
Entramos a un quirófano, vi la mesa justo al lado de mi cabeza llena de instrumentos, de cuchillos, bisturís, sus filos me los podía imaginar y me daban pavor.
Hace mucho tiempo… – empezó a decir el extrañamente tranquilo señor – nos invadió una enfermedad, en particular a los niños, eran unas terribles convulsiones y cambios de carácter muy exagerado, entonces después de muchos años de sufrimiento, descubrimos una cura, quizás no la más aceptable pero resultaba efectiva. Si a los niños antes de los cuatro años les quitabas un pedacito pequeño de su cerebro y lo intercambiabas por uno sano de alguien que no fuera de este pueblo, se sanaba –
¿Voy a morir? –
Vi al hombre con su fina mano tomar un bisturí de metal, se acercaba, rozó suavemente mi cabeza y todo se convirtió como en la oscura habitación.
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