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En 1925, Gabriela Mistral escribió un breve ensayo en El Mercurio, cuyo título es el mismo de esta columna. Allí hizo una extraordinaria reflexión acerca de los dos animales que están en el escudo nacional y que, a su juicio, representan las antípodas de nuestro carácter. En el cóndor, la Mistral ve la fuerza. En el huemul, la gracia. Y nos deja claro que el cóndor tiene mejor prensa, es citado constantemente, se le usa como referente, en cambio al pobre huemul apenas se lo puede encontrar por ser un animal en riesgo de extinción. "Yo confieso mi escaso amor del cóndor, que, al fin, es solamente un hermoso buitre… Me rompe la emoción el acordarme de que su gran parábola no tiene más causa que la carroña tendida en una quebrada". Qué contraste el de estos dos seres: un ave de rapiña que entierra su pico ganchudo y usa las garras, frente a un ciervo que ni siquiera tiene la arboladura córnea. "El huemul quiere decir la sensibilidad de una raza: sentidos finos, inteligencia vigilante, gracia. Y todo eso es defensa, espolones invisibles, pero eficaces, del espíritu", escribió la ganadora del Premio Nobel.
Han pasado más de noventa años desde que el texto fue parido y, sin embargo, podría haber sido redactado ayer. No puede ser más actual. Y no puede ser más necesario. ¿Sabe lo que significa rapiña? Robo, expoliación o saqueo que se ejecuta arrebatando con violencia. Gabriela Mistral veía como, a comienzos del siglo XX, los símbolos que predominaban en la cultura chilena eran los de la fuerza. ¿Es muy distinto hoy? Las mujeres, mucho más huemules en todo sentido, siguen siendo violentadas y discriminadas. Las redes sociales son un enjambre de cóndores buscando carroña: cualquier error es festejado hasta, ojalá, destruir la autoestima de la víctima. Los abusos de grandes empresas que se coluden, generalmente manejadas por cóndores masculinos, son pura demostración de fuerza. "Entre la defensa directa del cóndor, el picotazo sobre el lomo del caballo, y la defensa indirecta del que se libra del enemigo porque lo ha olfateado a cien pasos, yo prefiero ésta. Mejor es el ojo emocionado que observa detrás de unas cañas, que el ojo sanguinoso que domina sólo desde arriba", agrega la gran Gabriela.