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Cuando Malthus publicó su famoso Ensayo sobre la población, en 1798, planteó el problema de la lucha por la sobrevivencia de la especie humana. Su tesis se basaba en la presunción de que la población crecía a escala geométrica, mientras la producción de alimentos sólo podía crecer a nivel aritmético. La diferencia entre ambos ritmos de crecimiento era tan grande que se imponía necesariamente una lucha por el control de los recursos y los medios de subsistencia.
Su planteamiento no sólo fue rebatido teóricamente, sino que en la práctica se pudo demostrar que la sociedad puede controlar el crecimiento de la población y que ha podido incrementar de manera notable la producción de alimentos. Ya no es un asunto de escasez de tierra, como decía Malthus, sino de tecnología y productividad. Obviamente, en este proceso la humanidad ha depredado el medio ambiente y explotado al máximo una serie de recursos que a la larga pondrán en riesgo la existencia de muchas especies, ecosistemas y eventualmente los humanos.
A pesar de las limitaciones del planteamiento de Malthus, su obra fue detonador clave en la historia del pensamiento moderno. Los biógrafos de Darwin dicen que éste leyó a Malthus para distraerse de sus temas preferidos, relacionados con las ciencias naturales. Sin embargo, fue la lectura de Ensayo sobre la población, la que lo llevó a culminar su planteamiento sobre el origen y evolución de las especies. A partir de la lucha por la existencia, término acuñado por Malthus, Darwin plantea el proceso natural de selección de las especies de acuerdo con su capacidad para adaptarse a un medio ambiente determinado. Las especies más fuertes y mejor adaptadas no sólo sobrevivían, sino que transmitían sus cualidades a la descendencia. Los primeros esbozos de Darwin sobre la evolución fueron plasmados en un primer borrador dado a conocer en el círculo cerrado de sus colegas y amigos en 1842.
Mientras Darwin refinaba sus planteamientos sobre la evolución durante más de una década y buscaba más pruebas que la corroboraran, A. R. Wallace, otro naturalista británico, también fue influido por la lectura de Malthus y llegó prácticamente a las mismas conclusiones; la lucha por la existencia que planteara Malthus se expresaba en la naturaleza en un proceso de selección de los más aptos.
Las conclusiones de Darwin y Wallace fueron muy similares, pero su manera de trabajar totalmente distinta. Darwin tenía como propósito desarrollar su teoría y buscar el mayor número de pruebas para publicar una obra definitiva. Wallace, por su parte, más intuitivo y arriesgado, escribió un ensayo al respecto y se lo envió a Darwin para pedirle su opinión.
Darwin confiesa que el ensayo de Wallace era el mejor resumen que se podía haber hecho de sus propios planteamientos, que todavía no habían sido publicados.
En un gesto caballeresco de ambas partes, que vale la pena recordar, ambos naturalistas presentaron sus planteamientos en la Linear Society de Londres, en 1858. Pero fue Darwin el que pudo escribir, al año siguiente, el libro definitivo: El origen de las especies.
Celebramos el bicentenario del nacimiento de Darwin y 150 años de la publicación de El origen de las especies. De igual manera han pasado 210 desde la primera edición del Ensayo de la población, de Malthus. Ambas posiciones siguen causando debate, pero los honores se los ha llevado Darwin. Los planteamientos de Malthus han sido refutados por la historia y la evidencia empírica. Pero su pregunta sobre el futuro de la especie humana y la relación entre el crecimiento de la población y la producción de alimentos sigue siendo pertinente.
Paradójicamente, la lucha por la existencia ya no se plantea como un dilema entre el crecimiento de la población y la producción de alimentos. De igual modo han perdido fuerza las posiciones de Marx al plantear la lucha por la existencia como una lucha de clases. Las experiencias históricas donde se pretendió eliminar, reducir o suprimir la lucha de clases, han sido exitosas en cuanto al control del crecimiento de la población, pero no en cuanto a la producción de alimentos.
La lucha por la existencia en el siglo XXI es un asunto de redistribución y justicia global, algo mucho más difícil de resolver que limitar el crecimiento de la población y aumentar la productividad.