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Uno tiene la voz de Muff Potter. Los cuchicheos cesaron de pronto, porque los tres hombres habían llegado a la sepultura y se pararon a pocos pasos del escondite de los muchachos. Potter y Joe el indio llevaban unas parihuelas y en ellas una cuerda y un par de palas. Echaron la carga a tierra y empezaron a abrir la sepultura.
El doctor puso la linterna a la cabecera y vino a sentarse recostado en uno de los olmos. Estaba tan cerca que los muchachos hubieran podido tocarlo. La luna va a salir de un momento a otro. Durante un rato no hubo otro ruido que el chirriante de las palas al arrojar a un lado montones de barro y pedruscos.
Forzaron la tapa con las palas, sacaron el cuerpo y lo echaron de golpe en el suelo. La luna apareció saliendo de entre unas nubes, a iluminó la faz lívida del cadáver. Prepararon las parihuelas y pusieron el cuerpo encima, cubierto con una manta, asegurándolo con la cuerda. Para entonces estaba ya amenazando al doctor, metiéndole el puño por la cara.
El doctor le soltó de repente tal puñetazo que dejó al rufián tendido en el suelo. Joe el Indio se irguió de un salto, con los ojos relampagueantes de ira, cogió la navaja de Potter, y deslizándose agachado como un felino fue dando vueltas en torno de los combatientes, buscando una oportunidad. Dio éste un traspiés y se desplomó sobre Potter, cubriéndolo de sangre, y en aquel momento las nubes dejaron en sombra el horrendo espectáculo y los dos muchachos, aterrados, huyeron veloces en la oscuridad. Poco después, cuando la luna alumbró de nuevo, Joe el Indio estaba en pie junto a los dos hombres caídos, contemplándolos.
El doctor balbuceó unas palabras inarticuladas, dio una larga boqueada y se quedó inmóvil. Después registró al muerto y le robó cuanto llevaba en los bolsillos, y en seguida colocó la navaja homicida en la mano derecha de Potter, que la tenía abierta, y se sentó sobre el féretro destrozado. Pasaron dos, tres, cuatro minutos y entonces Potter comenzó a removerse, gruñendo. Cerró la mano sobre la navaja, la levantó, la miró un instante y la dejó caer estremeciéndose.
Después se sentó, empujando al cadáver lejos de sí y fijó en él los ojos, y luego miró alrededor aturdido. Sus ojos se encontraron con los de Joe. No debía haber bebido esta noche. Dime cómo ha sido.
Dime que no has de decir nada. Potter arrancó con un trote que pronto se convirtió en carrera. La quietud y el silencio reinaban de nuevo.