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No perdamos las esperanzas, la fe y la calma que todos vamos a salir de esta, hay que tomar en cuenta que otras enfermedades se han erradicado y si pudimos con esas también podemos con esta
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A dos años del Bicentenario de nuestra Independencia Nacional, hoy nos reunimos para celebrarla ya, recordando a los hombres y mujeres que la forjaron, dándoles gracias, y alabando a Dios por habernos ayudado a lograr un paso crucial de nuestra libertad. Hoy resulta indispensable hacer un llamado a todos los peruanos para que juntos nos dispongamos a convertir nuestra libertad en más responsable, madura y socialmente eficaz.
En el texto leído, el profeta Isaías recordaba la liberación en la época de los reyes del Antiguo Testamento. Se comparaba con una luz grande que surge en medio de un camino de sombras, una luz que es también una inmensa alegría similar a la cosecha abundante.
Isaías nos invita a mirar nuestra historia, porque también nuestro pueblo ha visto la luz en medio de muchos momentos oscuros. Aunque a veces tardaba, la luz comenzaba a vislumbrarse como al final de un túnel. ¿No fue así acaso cuando, durante y después de siglos de coloniaje y opresión, los peruanos logramos afirmar la independencia que hoy celebramos? Y en el presente cercano, ¿no fue así cuando, después de tantas equivocaciones, un pequeño pero inteligente grupo de peruanos logró iniciar la derrota del terrorismo sin disparar un solo tiro? ¿No fue así también cuando todos logramos recuperar la democracia, hoy tan necesitada de fortalecerse? ¿No es también así ahora, cuando la corrupción nos invade, jóvenes ciudadanos de nuestro pueblo muestran su indignación saliendo a las calles, para que se descubra la verdad a través de investigaciones imparciales? ¿No es también así cuando ante el maltrato y el abuso, nuestro pueblo expresa masivamente su indignación en la defensa de todas las vidas y la vida de todos y de todas? ¿Acaso no es así también cuando ocurre un desastre y todos nos unimos para ayudar? ¿Y no es así cuando, nuestros deportistas, se desviven por darnos alegrías, hoy en los juegos panamericanos y hace poco como subcampeones de América?
La fe le dio a nuestro pueblo la capacidad de soportar y esperar, y hoy nos puede dar la capacidad de recuperar la sensibilidad, reflexionar, imaginar y crear. Esta fe es capaz de contribuir a generar un amplio proceso de conversión personal y social, suscitando “reformas audaces, profundamente innovadoras” (PP, PVI).
Ese es el espíritu que también animó a la mayoría de nuestros héroes, con gestos de amor martirial que quedaron para que la patria no muriera: de Micaela Bastidas a Túpac Amaru, de José Olaya a María Parado de Bellido, y luego de Miguel Grau y Francisco Bolognesi a Andrés Avelino Cáceres. Encontramos anchura de espíritu, fortaleza de fe, generosidad sin límites y honestidad a toda prueba.
Nuestra nación, aun en formación, clama por “esa urgencia de decir nosotros”, como insistió Gonzalo Portocarrero. Y esa urgencia conlleva un inmenso proceso de amor, de solidaridad, de comprensión, de aprecio, valoración y aliento mutuos. Esa es la actitud que hoy nuestro pueblo reclama de todas sus autoridades, políticas, sociales y también eclesiales. Es una demanda auténtica y legítima, que como tal tenemos el deber de asumir.
En el Evangelio leído, “María se levantó” y estando encinta, no se quedó quieta en la cama, sino que “fue de prisa” a ayudar a Isabel en su embarazo tardío. Percibe el problema de Isabel, anciana y estéril, y ahora encinta y fecunda, y corre por el camino más peligroso de la montaña, hacia Judea. Lo hace porque cree en el Dios que afronta las cosas imposibles.
Bendición significa “decir bien”, y hacer bien, de modo que somos constitutivamente un bien, un don y una alegría, una dicha, es decir una bendición. Para crearnos Dios dijo bien de nosotros, nos creo a su imagen de amor para que nos asemejáramos a él amando. Por ello somos palabra, poesía recitada por Dios gratuitamente para expresar el amor a los demás, para no despreciar.
Quizás por eso los peruanos siempre pedimos bendición. Contrariados pedimos quizás algo más que un barniz para nuestras caídas, pedimos ser amados, y que se diga bien de nosotros para poder renacer, para que adquiramos la fuerza que nos inspire y aliente a resolver nuestros problemas, llenos del amor gratuito de un Dios que nos hizo y nos hace libres.
A ese Dios que nos bendice porque se deja vencer por nosotros en la cruz de Jesús, le agradecemos que no se haya bajado de ella para acabarnos, y que se haya quedado allí aceptando la muerte para darnos su perdón, entregarnos su Espíritu y abrirnos a la esperanza resucitando.
Queridos hermanos y hermanas, creyentes, no creyentes o creyentes de otros credos, con el debido respeto, los invito a que renovemos el gran juramento en los valores que fundaron nuestra patria y que pueden ayudarnos a convivir, con comprensión y firmeza, como hermanos y hermanas. ¡Muy felices fiestas patrias!
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