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La trampa del coyote
J.J. Gómez Palacios
El dios Kareya hizo a todos los hombres y los animales, pero no quiso que tuviesen fuego. Para asegurarse de que no robarían ni una brasa lo encerró en un cofre y lo dio a guardar a dos viejas brujas.
Pero el coyote era amigo de los hombres y prometió ayudarlos. Primero convocó a todos los animales, desde el puma hasta la rana. Después los ubicó en fila a lo largo de un camino; era el camino que iba desde el pueblo de los indios hasta la región en que vivían las brujas. Hizo una fila muy larga, que empezaba con los animales más débiles ubicados cerca del pueblo, y terminaba con los animales más fuertes cerca de la casa de las viejas.
Después, el coyote fue a la vivienda de las brujas, como quien va de visita.
“¡Buenas noches!” les dijo. “¡Qué nochecita tan fría! ¿Me dejarían sentarme junto
al fuego?”
Las brujas lo dejaron pasar y él se echó junto al fuego; al rato apoyó la cabeza entre las patas y se hizo el dormido, pero con el rabillo del ojo vigiló a las guardianas del fuego. Inútilmente esperó a que se durmieran; esas dos no dormían jamás, ni de día ni de noche, y el coyote se dio cuenta de que robar el fuego era más difícil de lo que él pensaba.
Al día siguiente se despidió y se fue muy tranquilo para que no sospechasen nada. Pero apenas se alejó de la casa corrió a buscar un indio y le dijo lo que tenía que hacer:
“Esta tarde volveré a la casa. Cuando yo esté allí, entrarás tú haciendo como si
quisieras robar el fuego.”
Esa tarde el coyote volvió a la casa y saludó a las viejas:
“Buenas tardes, hoy hace más frío que ayer. ¿Me dejarían calentarme junto al
fuego?”
Las brujas no sospecharon del coyote y lo dejaron entrar. Al poco rato se abrió la puerta y entró el indio, que se abalanzó sobre el fuego.
En seguida las viejas lo sacaron corriendo por una puerta, y entonces el coyote aprovechó para robar el tizón y salió por la otra puerta con el fuego entre los dientes.
Las brujas guardianas vieron un resplandor de chispas, se dieron cuenta de la trampa y se volvieron para perseguir al coyote.
El coyote casi volaba, pero las brujas no eran lerdas; ya estaban por alcanzarlo cuando el coyote, cansadísimo, llegó al lugar donde le esperaba el puma y le arrojó el fuego.
El puma se echó a correr con el tizón entre los dientes, y las brujas detrás del puma. El puma corrió como loco hasta el sitio donde lo esperaba el oso y le arrojó el tizón; siguió la carrera el oso y las brujas detrás del lobo. El lobo se lo dio al zorro, el zorro al perro, el perro al conejo, y las incansables brujas siempre pisándoles los talones.
La ardilla estaba penúltima en la fila, y cuando recibió el fuego, corrió tan rápida que se le quemó la cola y el lomo (por eso tiene la cola enroscada sobre el cuerpo y dos manchas negras sobre los hombros). Corrió la ardilla, y las brujas detrás. La rana estaba la última en la fila porque era la más lerda; cuando la ardilla le arrojó el fuego, la rana se lo tragó y saltó hacia el agua. En el momento de zambullirse, una de las brujas la agarró de la cola y se la cortó (por eso las ranas no tienen cola). Nadó la rana bajo el agua ¡y las brujas allí se quedaron muertas de rabia!
Por fin, la rana salió a la superficie y escupió el tizón sobre un tronco seco. Los indios dicen que por esa razón cuando se frotan dos maderas, se produce fuego.
J.J. Gómez Palacios
El dios Kareya hizo a todos los hombres y los animales, pero no quiso que tuviesen fuego. Para asegurarse de que no robarían ni una brasa lo encerró en un cofre y lo dio a guardar a dos viejas brujas.
Pero el coyote era amigo de los hombres y prometió ayudarlos. Primero convocó a todos los animales, desde el puma hasta la rana. Después los ubicó en fila a lo largo de un camino; era el camino que iba desde el pueblo de los indios hasta la región en que vivían las brujas. Hizo una fila muy larga, que empezaba con los animales más débiles ubicados cerca del pueblo, y terminaba con los animales más fuertes cerca de la casa de las viejas.
Después, el coyote fue a la vivienda de las brujas, como quien va de visita.
“¡Buenas noches!” les dijo. “¡Qué nochecita tan fría! ¿Me dejarían sentarme junto
al fuego?”
Las brujas lo dejaron pasar y él se echó junto al fuego; al rato apoyó la cabeza entre las patas y se hizo el dormido, pero con el rabillo del ojo vigiló a las guardianas del fuego. Inútilmente esperó a que se durmieran; esas dos no dormían jamás, ni de día ni de noche, y el coyote se dio cuenta de que robar el fuego era más difícil de lo que él pensaba.
Al día siguiente se despidió y se fue muy tranquilo para que no sospechasen nada. Pero apenas se alejó de la casa corrió a buscar un indio y le dijo lo que tenía que hacer:
“Esta tarde volveré a la casa. Cuando yo esté allí, entrarás tú haciendo como si
quisieras robar el fuego.”
Esa tarde el coyote volvió a la casa y saludó a las viejas:
“Buenas tardes, hoy hace más frío que ayer. ¿Me dejarían calentarme junto al
fuego?”
Las brujas no sospecharon del coyote y lo dejaron entrar. Al poco rato se abrió la puerta y entró el indio, que se abalanzó sobre el fuego.
En seguida las viejas lo sacaron corriendo por una puerta, y entonces el coyote aprovechó para robar el tizón y salió por la otra puerta con el fuego entre los dientes.
Las brujas guardianas vieron un resplandor de chispas, se dieron cuenta de la trampa y se volvieron para perseguir al coyote.
El coyote casi volaba, pero las brujas no eran lerdas; ya estaban por alcanzarlo cuando el coyote, cansadísimo, llegó al lugar donde le esperaba el puma y le arrojó el fuego.
El puma se echó a correr con el tizón entre los dientes, y las brujas detrás del puma. El puma corrió como loco hasta el sitio donde lo esperaba el oso y le arrojó el tizón; siguió la carrera el oso y las brujas detrás del lobo. El lobo se lo dio al zorro, el zorro al perro, el perro al conejo, y las incansables brujas siempre pisándoles los talones.
La ardilla estaba penúltima en la fila, y cuando recibió el fuego, corrió tan rápida que se le quemó la cola y el lomo (por eso tiene la cola enroscada sobre el cuerpo y dos manchas negras sobre los hombros). Corrió la ardilla, y las brujas detrás. La rana estaba la última en la fila porque era la más lerda; cuando la ardilla le arrojó el fuego, la rana se lo tragó y saltó hacia el agua. En el momento de zambullirse, una de las brujas la agarró de la cola y se la cortó (por eso las ranas no tienen cola). Nadó la rana bajo el agua ¡y las brujas allí se quedaron muertas de rabia!
Por fin, la rana salió a la superficie y escupió el tizón sobre un tronco seco. Los indios dicen que por esa razón cuando se frotan dos maderas, se produce fuego.
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