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Teoría de la evolución
Entre los temas que, respecto al hombre, Darwin dejó pendientes está el de la posible identificación entre evolución y evolucionismo.
La Teoría de la Evolución enseña que, teniendo en cuenta los datos de las ciencias naturales (paleontología, biogenética, etc.) puede afirmarse con toda probabilidad que en el ámbito orgánico existe un proceso continuo, sin aparentes saltos bruscos, de desarrollo, proceso que va de las formas inferiores a las formas superiores. Pero de tales datos científicos no se saca la conclusión de que las formas inferiores producen, por despliegue interno o inmanente, las formas superiores. Parece, pues, que no habría objeciones serias que oponer a la evolución entendida de esa manera. Lo importante, en tal sentido, es que los científicos encuentren los mecanismos genéticos –o de otra índole– que dan lugar a ese proceso continuo, en el cual todos los organismos pasados y presentes descienden, siguiendo una ley de nacimiento natural, de realidades preexistentes. Tal proceso no siempre es progresivo, pues a veces desemboca en una vía muerta.
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Mecanismos evolutivos
Los mecanismos evolutivos son, pues, las causas de la evolución. Darwin consignó dos de esos mecanismos: la “selección natural” en la lucha por la vida entre los seres vivos (donde perviven los más fuertes) y la “transmisión hereditaria” de estos caracteres adquiridos. En realidad se vio después que estos mecanismos no explican por qué aparecen, por ejemplo, series pancrónicas. A su vez, Lamarck había indicado dos mecanismos: la “adaptación” (el cambio de las circunstancias externas obliga a los seres vivos a cambiar el modo de vivir y, por tanto, a usar hipertrofiadamente unos órganos en detrimento de otros) y la “transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos”. Tales mecanismos, expuestos como leyes, también han sido criticados en profundidad por los científicos: ni la adaptación es suficiente para explicar la transformación interna de los organismos, ni todas las variaciones adquiridas son transmisibles (sólo se convierten en heredi-tarias las que consiguen modificar las moléculas del constituyente químico de los genes). De Vries indicó el mecanismo de las “mutaciones”: la evolución se haría a saltos, mediante originación improvisada, en los individuos, de caracteres estables y hereditarios como mutaciones genéticas. Aunque se ha probado que esta teoría contiene lagunas insalvables, se perfeccionó con la hipótesis de las ontomutaciones (Simpson, etc).
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¿Qué es el evolucionismo?
Precisamente el evolucionismo explica luego la evolución asociando dos tesis distintas: una científica, otra filosófica. Por la primera sostiene que se puede establecer la continuidad de formas en el tiempo, desde las inferiores a las superiores; por la segunda añade, además, que las formas esencialmente superiores y distintas (como la vida y el espíritu) provienen totalmente de las inferiores, mediante cambios externos geológicos y mutaciones internas biológicas. La distinción categorial de los seres no sería esencial. La vida animal provendría de la inorgánica; y el hombre, en su totalidad –especialmente en sus capacidades espirituales de inteligencia y libertad–, vendría de un antropoide primitivo.
Como teoría filosófica, pues, el evolucionismo afirma que lo superior se deriva directamente de lo inferior: los seres inferiores se han transformado en superiores. Pero en el fondo deja sin explicación coherente el hecho de que la historia humana es la novedad que la libertad aporta en el tiempo. Esta novedad histórica tiene su origen en una novedad ontológica, a saber, la de la misma libertad y la del espíritu, irreductible incluso a la vida orgánica superior. Y esa novedad no puede tener una explicación evolucionista: aunque el hombre tuviera antepasados en lo concerniente al cuerpo, no los tendría en lo referente al espíritu. En realidad, los mecanismos de la historia humana no coinciden con los de la evolución.