• Asignatura: Física
  • Autor: jssalcedom
  • hace 6 años

fragmento de muchachas de provincia

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Respuesta dada por: camila034fk
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Respuesta: PAISES

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Respuesta dada por: jtorresaspajo
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fragmentos del último capítulo (XXX) de La Regenta.

Hablaban mal de Ana Ozores todas las mujeres de Vetusta, y hasta la envidiaban y despellejaban muchos hombres con alma como la de aquellas mujeres. Glocester en el cabildo, don Custodio a su lado, hablaban de escándalo, de hipocresía, de perversión, de extravíos babilónicos; y en el Casino, Ronzal. Foja, los Orgaz echaban lodo con las dos manos sobre la honra difunta de aquella pobre viuda encerrada entre cuatro paredes.

Obdulia Fandiño, pocas horas después de saberse en el pueblo la catástrofe, había salido a la calle con su sombrero más grande y su vestido más apretado a las piernas y sus faldas más crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escándalo, a saborear el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que lamían todos, disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.

«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales».

Y sus labios decían:

-¡Pobre Ana! ¡Perdida sin remedio! ¿Con qué cara se ha de presentar en público? ¡Como era tan romántica! Hasta una cosa... como esa, tuvo que salirle a ella así... a cañonazos, para que se enterase todo el mundo.

-¿Se acuerdan ustedes del paseo de Viernes Santo? -preguntaba el barón.

-Sí, comparen ustedes... ¡Quién lo diría!...

-Yo lo diría -exclamaba la Marquesa-. A mí ya me dio mala espina aquella desfachatez... aquello de ir enseñando los pies descalzos... malorum signum.

-Sí, malorum signum -repetía la baronesa, como si dijera: et cum spiritu tuo.

-¡Y sobre todo el escándalo! -añadía doña Rufina indignada, después de una pausa.

-¡El escándalo! -repetía el coro.

-¡La imprudencia, la torpeza!

-¡Eso! ¡Eso!

-¡Pobre don Víctor!

-Sí, pobre, y Dios le haya perdonado... pero él, merecido se lo tenía.

-Merecidísimo.

-Miren ustedes que aquella amistad tan íntima...

-Era escandalosa.

-Aquello era...

-¡Nauseabundo!

Esto lo dijo el Marqués de Vegallana, que tenía en la aldea todos sus hijos ilegítimos.

Obdulia asistía a tales conversaciones como a un triunfo de su fama. Ella no había dado nunca escándalos por el estilo. Toda Vetusta sabía quién era Obdulia... pero ella no había dado ningún escándalo.

Sí, sí, el escándalo era lo peor, aquel duelo funesto también era una complicación. Mesía había huido y vivía en Madrid... Ya se hablaba de sus amores reanudados con la Ministra de Palomares... Vetusta había perdido dos de sus personajes más importantes... por culpa de Ana y su torpeza.

Y se la castigó rompiendo con ella toda clase de relaciones. No fue a verla nadie. Ni siquiera el Marquesito, a quien se le había pasado por las mientes recoger aquella herencia de Mesía.

La fórmula de aquel rompimiento, de aquel cordón sanitario fue esta:

-¡Es necesario aislarla... Nada, nada de trato con la hija de la bailarina italiana!

El honor de haber resucitado esta frase perteneció a la baronesa de la Barcaza.

Si Ripamilán hubiera podido salir de su casa, no hubiera respetado aquel acuerdo cruel del gran mundo. Pero el pobre don Cayetano había caído en su lecho para no levantarse. Allí vivió, siempre contento, dos años más.

Acabó su peregrinación en la tierra cantando y recitando versos de Villegas.

La Regenta no tuvo que cerrar la puerta del caserón a nadie, como se había prometido, por que nadie vino a verla, se supo que estaba muy mala, y los más caritativos se contentaron con preguntar a los criados y a Benítez cómo iba la enferma, a quien solían llamar esa desgraciada.

Ana prefería aquella soledad; ella la hubiera exigido si no se hubiera adelantado Vetusta a sus deseos. Pero cuando, ya convaleciente, volvió a pensar en el mundo que la rodeaba, en los años futuros, sintió el hielo ambiente y saboreó la amargura de aquella maldad universal. «¡Todos la abandonaban! Lo merecía, pero... de todas maneras ¡qué malvados eran todos aquellos vetustenses que ella había despreciado siempre, hasta cuando la adulaban y mimaban!».

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