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Decir que el racismo actual tiene lejanos antecedentes no es nada nuevo, el artículo que antecede intentó marcar algunos elementos de esa larga historia. Pero esa permanencia en el tiempo puede ser engañosa en la medida en que ese fenómeno social, el racismo, aparentemente transhistórico sólo puede ser claramente entendido a través de una minuciosa reconstitución de la sucesión de configuraciones históricas precisas y cambiantes que resignifican figuras y discursos ya construidos anteriormente. Así, como lo veremos, el antisemitismo medieval recupera parte del antiguo antijudaísmo teológico de los primeros siglos cristianos, que probablemente reutilizó un rancio conjunto de discursos y figuras elaborados en la competencia por el dominio de Medio Oriente entre las culturas hebrea y griega en la época de los reinos helenísticos.1 El estudio que sigue representa un intento de reconstitución de una de esas configuraciones del racismo, particularmente importante, porque si bien se constituye en los siglos XII y XIII es la que sigue ordenando en los siglos XV y XVI las relaciones con el otro, con el diferente, cuando Occidente se lanza en las grandes empresas ultramarinas y se tropieza con un nuevo continente.
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