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Las nubes cubrían el cielo gris, un suave viento hacia vibrar el toldo de la tienda. Almorzamos con celeridad sabiendo que teníamos Astana a menos de 300 kilómetros. Necesitábamos llegar pronto para tener tiempo para hacernos con unos guantes ya que estos últimos días el frío en las manos había sido constante.
Recogimos todo el material y saltando por encima de los márgenes volvimos a la larga carretera principal conforme íbamos avanzando, las zonas rurales iban transformándose junto con sus buenas carreteras que permitían mayor comunicación con la ciudad.
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