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“El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, es el primer libro del que tengo memoria haber leído. Me lo regalaron mis padres cuando tenía alrededor de nueve años y me encontré fácilmente cautivado por su encantadora sencillez y sus adorables ilustraciones.
A partir de ese momento, el misticismo que rodea este libro tan peculiar me ha hecho volver a él numerosas veces en los últimos años. Puedo decir con seguridad, que la enseñanza que recibo cada vez que lo leo ha incrementado a medida que voy creciendo. Considero que esto se debe a la ambigüedad de su escrito, dado que ha sido escrito bajo múltiples ópticas. Un niño encontrará un significado, y otro distinto un adulto.
de Saint-Exupéry nos enseña sin disimulo alguno su disgusto hacia los adultos, a las que les llama “gente mayor”, en las primeras páginas del escrito:
“A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre ellas…” (de Saint-Exupery, 1943, p.2)