• Asignatura: Geografía
  • Autor: elirosema
  • hace 6 años

dos razones por las que se dice que Ecuador era eminentemente catolico?

Respuestas

Respuesta dada por: mariadelmarmahecha
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no mentira si se espera

La Historia nacional se va escribiendo fragmentariamente, y por ello, sin la extensión que requiere una obra fundada en la documentación íntegra posiblemente, crítica por la apreciación serena de los hechos, y objetiva, por el método, que no puede ser otro que el de la narración sin prejuicio del historiador.

No por ello se ha de reducir el cuadro, de suerte que el autor, al diseñarlo, se muestre impasible. Aun en el paisaje, pone el artista su alma, bien que de manera tan sutil y con tal finura espiritual, que apenas se adivina, en la factura, el paso rápido de ese como aire impalpable que anima la obra de arte, procediendo del sujeto, para dar vida al objeto.

Un diligente e ilustrado escritor francés, el padre J. M. Le Gouhir y Rodas de la Compañía de Jesús, viene publicando un epítome apreciabilísimo de la historia ecuatoriana hasta nuestros días. Esos volúmenes los utilizarán los escritores del porvenir como punto de partida, aun para los que disienten del criterio del respetable religioso. De esta suerte, la Historia se depurará y completará con enmiendas y añadiduras que el desarrollo de los estudios y los nuevos documentos exijan. La Historia es tribunal, y el historiador juez que examina las pruebas y dicta sentencia, nunca en verdad definitiva, pues aquélla corresponde al juicio de Dios.

El sector Federico González Suárez intentó escribir los anales completos de la patria. Su empresa quedó trunca, en el punto de narrar la emancipación y la república. A concluir la obra, el eminente Arzobispo   —VI→   habría dado al país la historia más bellamente escrita, quizás en todo el mundo americano de habla castellana. Su historia colonial, aunque carecía del interés con que nos impresionan los acontecimientos cercanos y los en que somos actores o espectadores, no obstante, tuvo éxito magnífico, sobre todo por la artística y elegante sobriedad del literato y su imparcialidad, en veces casi bravía, en fuerza del espíritu de severidad indeclinable que distinguía al pensador y al sacerdote.

La polémica poco afortunada que produjo el tomo IV de la Historia de González Suárez acedó el genio irritable del egregio prelado y quebró la pluma en sus manos.

El doctor Pedro Fermín Cevallos narró la primera época republicana con exactitud, la que el estado de los estudios entonces permitía, y casi siempre con recto criterio. Su empresa no avanza a los sucesos más interesantes, ni siquiera al hombre representativo del país, García Moreno, acerca del que, amigos y adversarios, han fatigado las prensas sin llegar todavía al juicio cabal.

El dístico, de procedencia clásica, de nuestro Olmedo resultaría aplicable, siempre que aquella ocultación fuese posible, a fin de que la historia, como querría hasta Voltaire, no contase sino hechos dignos de   —VIII→   ella. Pero la diligente investigación de los archivos que ha extremado la crítica moderna, no consiente echar tierra sobre sucesos que se creen olvidados, pues no se han olvidado, por existir ellos en los documentos, de los que no es dable prescindir, aunque se presten a veces a morbosa delectación de maliciosos lectores.

Y entonces, urge considerar aquellas piezas procesales, salvando eso sí las instituciones y el criterio moral, atentas además las circunstancias determinantes de la conveniencia y oportunidad de ciertas revelaciones, según la prudencia, que completa la justicia, hermana mayor de aquélla.

La Historia eclesiástica del señor Tobar no entra por la preterición de malos accidentes de frailes y otras personas eclesiásticas. El silencio casi siempre resulta cómplice del pecado. La Iglesia de Dios no ha necesidad de eufemismos ni ocultaciones. Antes bien, hay que saber que la delincuencia y el error que obran contra la Causa Divina, manifiestan su invulnerabilidad, aprueba de debilidades culpables de quienes forman la sociedad espiritual. Ni a ésta pueden imputarse y menos a su alta doctrina la caída de los fieles. Abusos y errores en daño de la Iglesia que ésta ha condenado con inexorable intolerancia, y que jamás se pueden poner a cargo de la autoridad que precisamente padece los desvíos y delitos de hijos corrompidos o rebeldes de la Iglesia. Vituperar a ésta por tales transgresiones valdría tanto como demostrar al juez por los atentados que él condena y castiga. A este tenor, podría hacerse responsable al Santo Jesús, de la misma traición de Judas, el codicioso tesorero de los hermanos de la compañía del Señor.

Conviene observar lo antecedente, por si los enemigos del Catolicismo intenten comprometerlo, a propósito de la degeneración, singularmente de algunas familias religiosas, la que nuestro historiador descubre con ingenuidad que le honra, como a fiel analista y comprobado creyente.

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