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¿Cuales fueron los proyectos de unificación?
fueron Un proyecto de armonización solo consiste en conciliar el proceso y el marco de referencia para facilitar las tareas de reconciliación.
Un proyecto de convergencia consistirá en crear los informes de gestión en una herramienta común y siguiendo un marco de referencia compartido, sin embargo, manteniendo los diferentes procesos dirigidos por dos equipos diferentes.
Un proyecto de unificación completo tendrá como objetivo la implementación de una herramienta y de un marco de referencia único con un equipo unificado que liderará los procesos de consolidación estatutaria e informes de gestión.
Los primeros pasos del proyecto determinarán el grupo objetivo, teniendo en cuenta que un informe unificado ofrece claras ventajas en términos de calidad y coherencia de datos, pero también limita la flexibilidad y la capacidad para evolucionar con las necesidades. Además, en el caso de una unificación completa, ambos equipos (informes de consolidación y gestión) deberían hacer ciertas concesiones.
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La unificación fue un proceso histórico que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX en Europa Central y que acabó con la creación del Imperio alemán el 18 de enero de 1871 reuniendo diversos estados hasta entonces independientes (Prusia, Baviera, Sajonia, etc.).
Antes de la formación de un Estado nacional unificado, el territorio de Alemania se encontraba dividido en un mosaico político de 39 Estados.1 Entre ellos destacaban, por su importancia económica y política, el Imperio austríaco y el Reino de Prusia.
Desde principios del siglo XIX, tras las guerras napoleónicas, fue imponiéndose la idea de unificar las distintas organizaciones políticas herederas del Sacro Imperio Romano Germánico en un solo Estado alemán. Un paso importante en este proceso fue la formación de un mercado único en la región. A ello contribuyeron, tanto los junkers, es decir, la aristocracia terrateniente prusiana, como la burguesía industrial de la cuenca del Ruhr.
En 1834, se produjo la unificación aduanera que sumó Prusia a otros Estados alemanes previamente asociados en esta materia. Sin embargo, debido a las diferencias entre Austria y Prusia, el proceso de unificación política no pudo llevarse a cabo en la primera mitad del siglo XIX. Desde 1848 fue cada vez más intensa la actividad de grupos nacionalistas que alentaban la formación de un único Estado para todos los alemanes ante la crónica debilidad de los pequeños Estados germanos entonces existentes. Sin embargo, el liberalismo era una gran amenaza para las intenciones monárquicas de Austria y Prusia, por lo que en Europa se crearon alianzas para el control gubernamental de cada nación:
La Santa Alianza. El tratado fue firmado el 26 de septiembre de 1815 por el emperador Francisco I de Austria, el rey Federico Guillermo III de Prusia y el zar Alejandro I de Rusia, que fue su principal promotor. Aunque el acuerdo era un acto político para evitar que las ideas liberales se expandieran por Europa, la redacción del tratado contenía una declaración de carácter puramente religioso. Tras la caída de Napoleón, los tres monarcas declaraban su firme resolución de seguir como única guía para la futura administración interior y exterior de sus Estados los principios de la religión cristiana: justicia, caridad y paz.2 A este acuerdo se unieron después otros reinos europeos.
La Cuádruple Alianza (1815). Formada por los miembros de la Santa Alianza más Inglaterra. Su principal promotor fue el primer ministro británico Castlereagh. Renovó el acuerdo de 1813 por el que las potencias se habían comprometido a derrotar a Napoleón y cambiaba su objetivo al mantenimiento, incluso por la fuerza, de las transformaciones operadas en Europa por el Congreso de Viena e impedir la implantación del liberalismo en cualquier Estado europeo.
La Quíntuple Alianza. Surgió en 1818 durante el Congreso de Aquisgrán, cuando Francia, que había recuperado su monarquía, fue admitida como potencia europea por las que formaban la Cuádruple Alianza. Su principal promotor fue Metternich y su principal objetivo era terminar con cualquier movimiento liberal que pudiera perjudicar al sistema monárquico, intentando que las ideas liberales herederas de la Revolución francesa quedaran pronto olvidadas, incluso por la fuerza. Esto proporcionaba a los aliados la capacidad de intervenir en cualquier nación europea si se consideraba necesario.
Prusia y Austria eran muy distintas en los aspectos económicos, sociales y políticos. Austria estaba configurada como un imperio centralista y autoritario que gobernaba un territorio habitado por diferentes pueblos —eslavos, alemanes, húngaros, rumanos e italianos— con distintas lenguas, religiones y costumbres. Esta situación motivó frecuentes sublevaciones nacionalistas contra la monarquía austriaca. La población prusiana, sin embargo, era mucho más homogénea.
En lo económico, Austria no contaba con una burguesía poderosa capaz de lograr un desarrollo industrial propio. El mantenimiento de un ejército y una administración que garantizasen la unidad imperial le creó graves dificultades financieras. Prusia, en cambio, experimentó un desarrollo económico muy intenso en su parte occidental que la convirtió en el referente del crecimiento industrial de los territorios alemanes. El aumento de la producción de acero, carbón y hierro en la segunda mitad del siglo XIX así lo demostró.
Todo ello, unido a la revolución de los medios de transporte y de las comunicaciones —ferrocarriles, barcos de vapor, telégrafos— posibilitó la formación de un activo mercado económico y trajo consigo otras consecuencias: la consolidación de una burguesía industrial, aliada de los terratenientes junkers, y el predominio en su gobierno de las ideas liberales, que buscaban la formación definitiva de un Estado nacional.
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