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Explicación:
Durante generaciones, los argentinitos del turno mañana nos hemos congelado marciales y almidonados en el patio escolar de lunes a viernes del “año lectivo” –así se dice– cantando entredormidos los extraños versos de “Aurora”. Ya es un lugar común burlarse de la hermética letra de la canción –los famosos “asulunala”, “elalaespaño” y, sobre todo, “eláureorrostroimita” son modelos recurrentes a la hora de graficar sus vericuetos semánticos– pero no siempre se sabe por qué hemos terminado cantando una hermosa canción –me encanta la melodía– que se entiende tan poco y que ni siquiera se llama así. La cuestión básica es que Aurora es una traducción, no un texto original castellano. Y que la versión que nos ha llegado es una verdadera chantada.
Todo empezó hace precisamente cien años. En el mes de septiembre de 1908, coincidiendo con la inauguración del edificio del actual Teatro Colón de Buenos Aires, se estrenó mundialmente Aurora, ópera compuesta –según encargo expreso del gobierno nacional– por el talentoso músico argentino Héctor Panizza (1875-1967), becario formado en el conservatorio Giuseppe Verdi de Milán, hombre de dos orillas, precoz director de orquesta y autor de varias obras del repertorio lírico. La idea era plasmar una pieza que exaltara los ideales patrióticos en vísperas de la celebración del Centenario y una ópera pareció, para el gobierno de Figueroa Alcorta y el concepto cultural de la época, una de las formas más elevadas de trascendencia artística.
El libreto de la pieza –parece cosa de nuevos ricos– se le encargó a un profesional del género, autor de obras líricas consagrado universalmente, el italiano Luigi Illica, responsable nada menos que de los textos de Tosca, Madama Butterfly y La bohème de Puccini y de Andrea Chenier, de Giordano. Es decir: fueron a buscar al mejor, como cuando contrataban arquitectos franceses para sus mansiones. Para acompañar al italiano y suministrarle la información histórica y el contexto nacional que debía dar sentido y referencia al argumento necesariamente romántico-patriótico que tendría la pieza, se sumó como argumentista el argentino Héctor Cipriano Quesada, autor de algunas obras de carácter histórico de volátil memoria, como Barranca Yaco y El alcalde De Alzaga.