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Desde las primeras expediciones conquistadoras y colonizadoras hacia el Reino de Chile, como se identificaba a los territorios al sur del entonces recién fundado Virreinato del Perú, arribaron entre los hombres de guerra que venían en búsqueda de tierras y riquezas, los primeros sacerdotes pertenecientes a la Orden de la Merced, quienes buscaban propagar la fe católica y cuidar que en nombre de aquélla se realizaran todas las anexiones de tierras y de población autóctona.
En el transcurso del siglo XVI, llegaron y se instalaron en el territorio nuevas órdenes religiosas, entre ellas las de los dominicos y franciscanos que, junto con los mercedarios, realizaron una importante labor misionera que consistía en propagar la fe católica en los territorios recientemente conquistados. Con ayuda de la corona, los aportes de los vecinos y los recursos obtenidos a través del trabajo indígena, erigieron los primeros conventos y monasterios en Chile. Sumándose a estas órdenes, en 1595 arribaron también los agustinos.
Además de combatir con las precarias condiciones materiales que les imponía el nuevo territorio, la actividad misionera de los frailes tuvo que hacer frente a la hostilidad de la población indígena, especialmente en la zona sur del reino, donde grupos indígenas ubicados en lo que se conoce como Frontera Mapuche, ofrecieron férrea resistencia a la colonización hispana y a la instalación del cristianismo.
Junto a la labor misionera de los religiosos, que fue prioridad en los primeros años de la conquista, en los siglos XVII y XVIII, fue la enseñanza el principal motor que movía las órdenes religiosas. Esta se materializaba tanto en la educación de los jóvenes, españoles e indígenas cristianizados, que se preparaban para la vida religiosa y que no tenían cómo costear los gastos de su educación, como de la población en general, principalmente, a través de la prédica y el arte religioso. Precisamente, en 1593 llegaron los primeros sacerdotes de la Compañía de Jesús, orden que llegaría a ser una de las más influyentes durante estos dos siglos. Instalaron misiones, colegios y conventos a lo largo de todo el reino, adoptando una política de protección a la población indígena y convirtiéndose en importantes agentes de la colonización cristiana y en principales guías espirituales de la población.
Así como existieron órdenes religiosas masculinas que se dedicaron a la formación de los cristianos del reino, hubo también órdenes femeninas, como las Agustinas, Clarisas de Nuestra Señora de la Victoria, Capuchinas, Dominicas de Santa Rosa, las Carmelitas de San Rafael y la Compañía de María, las que tuvieron una importante y amplia labor social, pues se encargaron de la instrucción de las hijas de las familias acomodadas y también de acoger en sus conventos a huérfanas y mujeres que habían cometido alguna falta moral.
Durante la colonia, frailes y religiosas de las distintas reglas gozaban de gran popularidad en la sociedad chilena, que les favorecía con limosnas, donaciones y herencias, haciendo posible que estas órdenes, especialmente la de los jesuitas, se convirtieran en los principales prestamistas, propietarios de tierras y productores agrícolas de Chile y, en general, de los dominios coloniales hispanos en América. Fue precisamente esta influencia, no sólo espiritual, sino también económica y política, la que en parte determinó a la corona española a expulsar de todos sus dominios a la Compañía de Jesús.
La gran cercanía del mundo religioso con el mundo civil durante los siglos XVII y XVIII provocó cierto grado de debilitamiento en la disciplina y rigor de la vida monástica y del espacio conventual femenino, producto del descuido de las cuestiones meramente religiosas y evangelizadoras. Asimismo, la sociedad colonial llegó a inmiscuirse en los asuntos domésticos de los conventos y monasterios, participando incluso en la elección de los superiores de las casas religiosas, a los cuales muchas veces estuvo vinculada económicamente y por parentesco.
Precisamente, con la intención de poner freno al debilitamiento espiritual que afectaba al clero chileno y americano, las autoridades eclesiásticas emprendieron un conjunto de iniciativas tendientes a restablecer el orden y disciplina al interior de los conventos y monasterios, y a regular las relaciones entre éstos y el mundo civil. En Chile, el obispo Manuel de Alday convocó a un Sínodo Diocesano en 1763 y emprendió enérgicas medidas para lograr una reforma del clero regular. La reforma eclesiástica no se limitó sólo a los claustros, sino que intentó extenderse al conjunto de la sociedad a través de la acción controladora y censuradora de la Iglesia en las prácticas religiosas, festivas y cotidianas de la comunidad.
Explicación:
mucho texto :v espero que sirva en al menos algo