Respuestas
Respuesta:
Dice Martin Buber que la problemática del hombre se replantea cada
vez que parece rescindirse el pacto primero entre el mundo y el ser
humano en tiempos en que el ser humano parece encontrarse en el mundo
como un extranjero solitario y desamparado. Son tiempos en que se ha
borrado una imagen del Universo, desapareciendo con ella la sensación
de seguridad que se tiene ante lo familiar: el hombre se siente a la
intemperie, sin hogar. Entonces, se pregunta nuevamente sobre sí mismo.
Así es nuestro tiempo. El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese
mundo que, para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad, de
nuestro prometeico intento de dominación.
Ha llegado el momento de decir adiós al siglo XIX, a ese maravilloso siglo XIX, con Stephenson y su máquina de vapor, su electricidad, su pujante economía capitalista, su optimismo cósmico. Ese
siglo en que todos los males de la humanidad iban ser resueltos mediante
la Ciencia y el Progreso de las Ideas; en que se ponía a los hijos nombres
como Luz y Libertad, y en que se constituían bibliotecas de barrio
llamadas Músculo y Cerebro.
Y tampoco faltaba
la Energética, de Ostwald, esa especie de biblia termodinámica, en que
Dios aparecía sustituido por un ente laico pero también enigmático,
llamado Energía, que, como su predecesor, lo explicaba y lo podía
todo, con la ventaja de estar relacionado con la Locomotora.
El siglo XX esperaba agazapado como un asaltante nocturno a una
pareja de enamorados un poco cursis. Esperaba con sus carnicerías
mecanizadas, el asesinato en masa de los judíos, la quiebra del sistema
parlamentario, el fin del liberalismo económico, la desesperanza y el
miedo. En cuanto a la Ciencia, que iba a dar solución a todos los
problemas del cielo y de la tierra, había servido para facilitar la
concentración estatal y mientras por un lado la crisis epistemológica
atenuaba su arrogancia, por el otro se mostraba al servicio de la
destrucción y de la muerte. Y así aprendimos brutalmente una verdad
que debíamos haber previsto, dada la esencia amoral del conocimiento
científico: que la ciencia no es por sí misma garantía de nada, porque
a sus realizaciones les son ajenas las preocupaciones éticas.
Esta crisis no es sólo la crisis del sistema capitalista: es el fin de
toda esa concepción de la vida y del hombre, que surgió en Occidente
con el Renacimiento. De tal modo que es imposible entender este
derrumbe si no se examina la esencia de esa civilización renacentista.
Fue un movimiento humanista que terminó en la deshumanización.
Que no son sino aspectos de una sola y gigantesca paradoja: la
deshumanización de la humanidad.
Esta paradoja, cuyas últimas y más trágicas consecuencias padecemos
en la actualidad, fue el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el
dinero y la razón. Con ellas, el hombre conquista el poder secular. Pero —
y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la
abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca
hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el
universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El
capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma
realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta
fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el
hombre concreto e individual sino el hombre-masa, ese extraño ser
todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero en
verdad engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Este es el
destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su
individualidad, proclamando su voluntad de dominio y transformación de
las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa.
Hombres como Pascal, William Blake, Dostoievsky, Baudelaire,
Lautréamont, Kierkegaard y Nietzsche intuyeron que algo trágico se
estaba gestando en medio del optimismo. Pero la Gran Maquinaria siguió
adelante. Desolado, el hombre se sintió por fin en un universo
incomprensible, cuyos objetivos desconocía y cuyos Amos, invisibles y
crueles, lo llenaban de pavor. Mejor que nadie, Franz Kafka expresó la
sensación de desamparo del hombre de nuestro tiempo. Y aunque la
soledad del hombre es perenne, no sociológica sino metafísica,
únicamente una sociedad como ésta podía revelarla en toda su magnitud.
Así como ciertos monstruos sólo pueden ser entrevistos en las tinieblas
nocturnas, la soledad de la criatura humana se tenía que revelar en toda
su aterradora figura en este crepúsculo de la civilización maquinista.
Explicación:
que te sirva