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Respuesta:A través de estas líneas expondré una simple reflexión personal a cerca de un concepto muy utilizado –aunque no en exclusiva- por la práctica y teoría psicoanalíticas: el deseo[1], el cual pondré en relación con el saber teológico y científico, a modo de paralelismo que me ayude a expresar si tales perspectivas tienen algún punto en común, o por el contrario están bajo la mayor de las oposiciones.
A menudo se utilizan los textos míticos y obras clásicas para ayudarnos a expresar conceptos actuales, y también porque aquella literatura contenía sin duda una sabiduría digna de atención. También son muy utilizadas las referencias a religiones animismas y orientales, que han captado a su vez un gran elenco de verdades. Sin embargo, desde mi formación específica, me permito utilizar como referencias explicativas los textos bíblicos, que debemos a Israel, sin duda un pueblo controvertido. Porque la Biblia, bebiendo en realidad de todo aquel saber mítico, hace gala sin embargo de un saber más "aterrizado" y humanista, menos fantasioso, quizá también más perfilado y acorde a nuestro tiempo. Aunque para esto, hay que leerla sin ningún concepto previo y a la luz de los hallazgos actuales.
Sólo trataré la literatura bíblica como lo que es objetivamente hablando: una biblioteca, la unión de toda una serie de libros provenientes de miles de autores que tuvieron su experiencia de vida desde aproximadamente el 10.000 a.d.C. hasta el 100 d.d.C. Son textos históricos, los cuales han tolerado –con sorprendentes resultados- la crítica histórica y literaria más despiadadas… Aclaro que la concepción histórica de estos autores no siempre se corresponde con los datos de los historiadores modernos (aunque sí a menudo) porque tan sólo pretendieron contar "su historia y experiencia personales", y no quedar unos datos más o menos matemáticos del tiempo y lugar en que vivieron. No compete a la literatura bíblica dar explicaciones científicas en el sentido de hoy, pero sabemos que no todo el Saber necesita ser confrontado por la ciencia, pues de ahí se derivan reduccionismos de la realidad tan dañinos como los mismos fundamentalismos religiosos. En resumen, estos autores INTERPRETAN los signos de su tiempo y dan su interpretación de la vida. No son historiadores en el sentido actual.
No hay en este artículo, por tanto, interpretación subjetiva alguna, y el más sólido de los ateos, podría escribir lo mismo sin faltar a la verdad. Porque, es tras la mencionada crítica de estos denominados tradicionalmente "textos sagrados", donde la ciencia teológica más libre y avanzada (y por tanto más heterodoxa y silenciada) ha hecho emerger de entre todas esas narraciones su verdadero sentido, ocultado bajo el polvo de una mala y angustiosa "lectura" de la clásica Iglesia institucional.
Sabemos que es necesario tener delante de nosotros toda la historia de la humanidad, sus etapas, mentalidades y hallazgos de toda índole (al menos de forma general) para que sea posible un mejor y mayor acercamiento a la verdad, a alguna verdad… Porque si consideramos a cualquier aspecto como "sólo parte", lo convertimos de hecho en una especie de "todo" sobre el cual reflexionar, y es ahí donde se suceden toda una serie de errores.