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Respuesta:Pesadilla e infierno son algunas de las palabras recurrentes cuando se habla del mercurio en Latinoamérica. Pero los efectos del metal pesado son reales y es un problema vigente, un pasivo ambiental que tiene casi 500 años. A pesar de que se descontinuó su uso a gran escala en la década de 1960, la minería artesanal e ilegal continúa vertiendo «azogue» en suelos y fuentes de agua en búsqueda de oro, causando enfermedades, muerte y destrucción de bosques en diversas regiones del continente.
Mongabay Latam ha tocado el tema en varias oportunidades. En la región de Chocó en Colombia, uno de los puntos más biodiversos del mundo, se pueden ver las consecuencias por la producción de oro, con hasta 200 toneladas de mercurio vertidas anualmente en sus suelos y ríos. En Cali, mientras tantos, sus efectos los sienten hasta las personas que no están en contacto con la minería.
Por su parte, en México, pobladores de Querétaro, cerca a la Reserva de la Biósfera de Sierra Gorda, sufren los síntomas del envenenamiento por el metal pesado, extraído en minas artesanales, una de las pocas fuentes de trabajo en la zona. En Venezuela, la apertura del Arco Minero del Orinoco comienza a tener efectos nocivos, no solo con el aumento de la delincuencia y la destrucción de la cultura indígena: los pobladores de las comunidades ribereñas en el Estado Bolívar tienen altas cantidades de mercurio en la sangre, cabello y tejidos humanos.
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